¿Por qué es tan difícil encontrar un único candidato presidencial que aglutine a la mayoría de movimientos y partidos democráticos del Ecuador? ¿Por qué, en épocas como esta, aparecen tantos hombres dispuestos a gobernar el país, pero también renuentes a ceder su lugar para que alguien mejor lo ocupe?
Tal vez sea por eso mismo: porque son hombres –y no mujeres– los que se lanzan mayoritariamente a la arena política.
Fue el etólogo Konrad Lorenz quien sugirió–con su famoso tratado sobre la violencia animal, ‘On Agression’– que el comportamiento de hombres y mujeres también está determinado por elementos genéticos y ya no sólo culturales, como afirman los constructivistas sociales.
Esto dio pie a que politólogos y antropólogos estudien, de forma conjunta, las luchas políticas desde un punto de vista biológico. Comenzaron analizando el comportamiento de los chimpancés, los únicos miembros del reino animal –además del ser humano– que luchan en facciones y se matan entre sí por controlar la manada.
Aquellas investigaciones revelaron que, cuando participan machos alfa, la pugna por el poder es competitiva y violenta. En cambio, cuando esa misma disputa es protagonizada por hembras, suele establecerse un intercambio más colaborativo y pacífico. Esto explica Francis Fukuyama en un antiguo ensayo titulado ‘Las mujeres y la evolución de la política mundial’.
Un patrón similar ha sido encontrado en la raza humana: los varones tienden a resolver los conflictos de forma violenta (sobre todo cuando son jóvenes) y las mujeres mediante la conciliación, asegura el mismo Fukuyama.
Esa forma primitiva de intepretar la política como un juego donde el ganador se lleva todo y el perdedor es condenado a la extinción puede, en parte, obedecer a que ha sido llevada esencialmente por varones.
¿Qué sucederá cuando un número mayor de mujeres ejerza la política y llegue a gobernar más países? Si la hipótesis de Fukuyama es correcta, tal vez veríamos pugnas más civilizadas por el poder, unas donde primen el diálogo y el consenso y no sólo la fuerza y la coacción.
Si bien Ecuador ha visto un crecimiento importante de mujeres actuando en política –sobre todo con este Gobierno– su marca todavía no se siente en el país. Por ahora forman parte de una maquinaria más grande que funciona bajo la lógica confrontativa de siempre.
Que no exista una sola candidata o precandidata presidencial demuestra que las mujeres siguen tendiendo un rol político subordinado en Ecuador. Si pensáramos creativamente, tal vez deberíamos buscar una mujer que junte –con su innato sentido de la moderación– varias candidaturas en una sola. Sólo con un candidatura única habrá posibilidad de ganar las elecciones presidenciales.