Salvo error u omisión, de los 121 minutos que duró el debate sobre economía del miércoles 28, el presidente Rafael Correa habló 56 minutos y sus ministros Patricio Rivera y Fausto Herrera más de siete, mientras que los invitados sumaron casi 47 minutos (Ramiro González 17:40, Alberto Dahik 17:36 y Mauricio Pozo 11:28).
Habría que contar los minutos en los que el moderador actuó como panelista a favor del Gobierno para completar esta lectura en función del tiempo de uso de la palabra. Frente a los números, no se entiende por qué el Presidente dice que no tuvo suficiente tiempo. Eso da a entender que sus espacios favoritos seguirán siendo las entrevistas con periodistas escogidos y los enlaces sabatinos.
El escenario estuvo preparado para una confrontación entre presente y pasado, entre bueno y malo, entre revolución y neoliberalismo. A la contemporaneidad de camisas sin corbata los libretistas añadieron un estante con libros detrás de Correa, para significar conocimiento; el Presidente acentuó la idea al repartir su tesis y al mencionar que la mesa que tenía junto a él le quedaba pequeña.
Al aura de modernidad creada en torno a los buenos, se quiso añadir una conexión con los estudiantes de economía, para sugerir sabiduría. Nada fue suficiente, sin embargo, para despejar dos interrogantes: ¿estamos viviendo una crisis o solo se trata de dificultades pasajeras? ¿Tiene o no sentido contar con fondos de ahorro para tiempos de vacas flacas?
Un sondeo ‘flash’ de Cedatos sobre la percepción del programa señala que la mayoría de quienes lo siguieron (15% de hogares) lo considera positivo, importante y constructivo. Un porcentaje mayoritario (78%) considera que en el país sí hay crisis económica. Pero solo un 19% dice sentirse más tranquilo después del debate sobre la economía. No se aprovechó el tiempo para sistematizar las posibles salidas frente a los problemas económicos. Esto pese a que uno de los capítulos fue la discusión de alternativas de solución. El moderador más bien se tomó su tiempo para interpelar a los economistas del otro bando sobre su pasado y sus tesis, un problema que se sumó al incumplimiento de las reglas.
¿Se logró apuntalar a los buenos y descalificar a los malos por dogmáticos y representantes de oscuros intereses? Fue difícil trazar la línea, por la presencia de González, quien fue funcionario del Gobierno, y porque Pozo mencionó que Rivera y Herrera trabajaron con él cuando fue ministro de Lucio Gutiérrez. Y también porque Pozo y Dahik se cuidaron de pisar terrenos políticos.
El debate o conversatorio fue una oportunidad perdida. Es penoso que haya sido el poder el que desempolvara el formato, pero quizás es la ocasión de retomarlo después de años en que la confrontación de ideas ha sido desplazada por el insulto y la descalificación, con la venia ciudadana.