No fue en la Cinemateca de la Rue d’Ulm ni en la de Trocadero, sino en el cine ‘Studio Git le Coeur’ (literalmente ‘Yace el corazón’), en la callecita homónima, donde vi Le Socrate, filme inolvidable de Lapoujade. La compra de la entrada autorizaba a verlo una vez más, dada la profundidad de su tema y rara belleza de su tratamiento.
Un viejo maestro de filosofía elige abandonar su metódica cotidianidad y dejar su prominente carrera, para vivir su madurez en condición de ‘clochard’, vagar por las viejas plazas y placitas, las esquinas, los puentes, las calles estrechas y a menudo breves del Barrio Latino y, en general, las de la margen izquierda del Sena, ámbito parisino de su nueva vida que pasea –vida y ciudad- mirando, pensando.
La autoridad hace lo obvio: sospechar. La renuncia del pensador conocido a la gloria y la fama concita la desconfianza del Estado. El gobierno destina al policía más culto, decidido, audaz y sigiloso para que siga al ‘clochard’ allá, por donde vaya, pues según el poder, la extraña elección de renuncia y pobreza extremas del nuevo Sócrates esconde intenciones sediciosas, revolucionarias, que se han de prever y conocer, para contrarrestar.
El filósofo camina, mira, piensa; sus actitudes llaman poderosamente la atención; una de ellas es la forma de caminar que, a trechos, emprende el viejo maestro: tal como casi todos lo hemos hecho alguna vez cuando niños, anda a saltitos cortos, un pie en la acera y otro en la calzada, sin detenerse, durante lapsos largos. (¿Figura así el retorno a la sencillez de la infancia, tan frecuente en la intimidad de los mejores?). Atrás, sin dejarse ver, le sigue el policía. Lo mira saltar, cambiar de ritmo, buscar; reflexionar largo rato ante un montón de basura; se diría que le mira pensar.
El nuevo Sócrates no escribe, como no lo hizo su maestro ‘por no asentar aquello cuya condición es el pasar’. Sus reflexiones sobre frases de filósofos se ilustran en su mirada y en sus actitudes. Seguir sus pasos resulta, para el policía, como escuchar pensamientos que se dispersan suavemente, entre los cuales la hegeliana convicción de que ‘la lechuza de Minerva inicia su vuelo solo al caer de la tarde’, es decir, la de que la filosofía o sabiduría, cuyo símbolo es la lechuza de grandes ojos abiertos sobre la oscuridad, es un saber posterior, reflexión sobre lo vivido que solo puede ejercerse en el ‘después’ de un día ya pasado.
¿El policía figura el tribunal que condenó a muerte al viejo Sócrates, el primer pensador que centró sus estudios en la ética y la moral, y aceptó la condena antes que renunciar a la filosofía?: ‘Mientras tenga aliento, no cesaré de filosofar pues los dioses lo ordenan’. Entre las reflexiones que detienen la mirada del ‘clochard’, destaca la poética convicción de Goethe: ‘Gris, caro amigo, es toda teoría y eternamente florece el árbol de la vida’. En una última escena, el policía sigue al maestro a saltos entre la acera y la calzada, simple gesto que muestra… lo que queramos ver.