Con el título “Del estigma a la inclusión: mi testimonio” el doctor Rodrigo Crespo Toral acaba de publicar sus memorias. Página tras página el autor desenreda la trama de sus recuerdos: vivencias, aprendizajes, trajines y experiencias, jalones de una fecunda vida que corre a lo largo de nueve décadas. Al igual que el sembrador que al tiempo de la cosecha recoge los esperados frutos de su esfuerzo, Rodrigo, en el ocaso de sus años, torna atrás la mirada para observar el camino trajinado, recuperar el rastro de sus pasos y evaluar los resultados de sus luchas: una vida al servicio de la medicina y el magisterio científico, un apostolado en beneficio de las personas con discapacidad.
El autor recuerda las etapas de su vida, desde su infancia en Cuenca en los bucólicos años veinte del siglo pasado, en el seno de una patriarcal familia de 14 hermanos, bajo la señera presencia de su padre, el doctor Emiliano Crespo Astudillo, cirujano graduado en 1912 en el Instituto Pasteur de París. Para quienes deseen imaginar cómo se desenvolvía la vida cotidiana en la Cuenca de antaño, este relato es un vívido testimonio.
Enclavada entre riscos andinos se llegaba a la ciudad luego de mucho cabalgar por fragosos caminos de herradura. “Yo también fui en mula a visitaros y gocé lo indecible de esa vuelta al pasado superviviente,” escribía Gonzalo Zaldumbide a los cuencanos en 1928. Y era así cómo se llegaba a Cuenca, a la jineta, perseguido por un coro de ladridos; ciudad secreta, gobernada por una elite culta y señorial y en la que sus campeones no salían del estadio sino del foro, del púlpito, de la cátedra.
En sus Memorias, Rodrigo reflexiona acerca del estado de la medicina en el Ecuador a mediados del siglo pasado; recuerda sus experiencias en varios hospitales de los Estados Unidos, su docencia en Georgetown University, su desempeño como Director General del Instituto Interamericano del Niño con sede en Montevideo.
Los ecuatorianos no olvidarán el mayor de sus logros: la fundación del CONADIS, institución pionera en la tarea de sacar de la sombra del estigma a las personas discapacitadas para incluirlas en la vida activa de la sociedad con su dignidad y sus derechos. Y lo hizo con desinteresada vocación humanista, sin la indecorosa pretensión del político.
El estar ocupado, dice Rodrigo, “era la mejor manera de vivir esta vida siempre apasionante… una búsqueda permanente de un bien superior, una insatisfacción que nos acompaña como una sombra”. Y al leer estas palabras he recordado inevitablemente aquellas otras que Margarita Yourcenar puso en boca del emperador Adriano, esas que están al final de sus “Memorias”, palabras que aquí las traigo y aquí las dejo: “Mínima alma mía, tierna y flotante… miremos juntos un instante todavía las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver”.
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