Assange, ¡una bomba de tiempo!

Cuando el gobierno otorgó asilo diplomático a Julian Assange, adujo que lo hacía por razones humanitarias, para propiciar la transparencia en la información y –no lo dijo, pero era evidente- para obtener una cierta notoriedad internacional. Además, las revelaciones de Assange cuestionaban la política norteamericana sobre delicados temas internacionales, lo que Correa debe haber considerado como una razón más para asilarlo.

Una nueva filtración de documentos relativos a la campaña presidencial norteamericana –perjudiciales al partido demócrata y a la señora Clinton- estará, sin duda, causando no solo molestias sino preocupaciones en Washington. Aparentemente, Assange recibió el apoyo técnico de Rusia para acceder a tales documentos, lo que permite concluir que Putin, por complejas razones, estaría más satisfecho con el triunfo de Trump. Dicho de otra manera, Rusia habría apoyado a Assange en el contexto de una flagrante intervención en lo más esencial de los asuntos internos de los Estados Unidos, como es el proceso para elegir al nuevo presidente.

El tema es complejo desde cualquier ángulo que se lo mire porque se relaciona con la futura orientación política de la primera potencia del mundo, la determinación de Putín de volver a convertir a su país en una gran potencia y, en definitiva, con la geopolítica mundial, todo lo cual nos interesa, nos preocupa y nos concierne a todos.

En tal contexto, ocurre que el autor del desaguisado no es otro que la persona a quien Ecuador ha concedido asilo y protección por más de cuatro años. He sido el primero en decir que Assange tiene, como todo ser humano, derechos inviolables que deben ser respetados. Sin embargo, un asilado tiene también obligaciones que no puede soslayar. No debe “practicar actos que alteren la tranquilidad pública o que tiendan a participar o influir en actividades políticas” y, además, debe respetar y no perjudicar con sus actos al país que resolvió asilarlo. Lamentablemente, el Ecuador no ha puesto límite alguno a la conducta de Assange y le ha permitido violar su condición de asilado y mofarse de quien lo asila. Su última injerencia en la política de Estados Unidos pudiera tener consecuencias de alcance mundial, de las que el Ecuador, protector de Assange, no saldrá ileso. Si Londres se ha negado a estrechar relaciones con el Ecuador, a causa de Assange, es previsible que Washington reaccione de la misma manera. ¡Y los Estados Unidos son nuestro mejor cliente comercial!

He dicho que, una vez concedido el asilo, Ecuador está condenado a mantenerlo. Sin embargo, ante las truculentas actuaciones de Assange, sin duda violatorias de su condición de asilado, debería analizarse si su conducta, llevada al extremo, es una causa valedera para que el Ecuador ponga fin a ese asilo.

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