La semana anterior, con la presencia de varios presidentes latinoamericanos, se inauguró la sede de la Unasur. A la cita no faltó la Presidenta del gigante brasileño, la Mandataria argentina y el gobernante de Venezuela.
El sueño integracionista se reedita con este encuentro en que los oradores de turno, teniendo en cuenta su pertenencia ideológica, han sido claros en que pretende ser un modelo distinto a los que le precedieron, con un énfasis más cargado hacia lo político que a la búsqueda de alternativas comerciales o económicas, que fue el sello de tantos otros proyectos que se quedaron en el camino.
Días más tarde, en Veracruz-México, se celebra la XXIV Cumbre Iberoamericana, que en el futuro será de carácter bianual. A esta última no han asistido los mandatarios arriba indicados, que sí vinieron a la Mitad del Mundo. Sus razones y agendas les habrán impedido, pero una sutil revisión hace que las dudas se ciernan sobre el estado de las relaciones entre los distintos países latinoamericanos, levantando más de una interrogante sobre si las futuras citas y reuniones de los distintos grupos creados con el fin de intercambiar y construir relaciones de los pueblos de esta región pasarán a ser meros ritos o encuentros con discursos rimbombantes, que en el fondo no aportan nada concreto a sus integrantes.
Lo que resulta evidente es que la hegemonía brasileña en Sudamérica es incontrastable y, como lo resaltara algún observador, no le brinda la misma preeminencia a citas en donde otros países, como México, le puedan restar protagonismo. Así mismo, es importante realizar una lectura adecuada de lo que ha significado el Mercosur para los países pequeños que se han adherido al proceso integracionista liderado por el país de mayor tamaño del subcontinente.
A la final han quedado subordinados a las decisiones que adoptan los socios de economías más grandes.
En materia de política internacional prevalecen los intereses de cada uno de los Estados. No existen los renunciamientos ni la vocación integracionista de manera gratuita. En ello hay que ser claros, el peso específico de Brasil es inmenso y su influencia en los demás países enorme. Basta ver la presencia de sus empresas en las grandes obras de infraestructura que se ejecutan en los distintos países sudamericanos y centroamericanos. Se diría, casi sin posibilidad de equivocarse, que dominan esos mercados.
Por ello, hay materia para pensar que los procesos integracionistas seguirán la ruta que, de tiempo en tiempo, estará determinada por las políticas que los gobiernos de los países más influyentes sugieran.
Y, si se busca un modelo de integración institucionalizado, hay que empezar primero por robustecer el apego a la ley casa adentro.
No vaya a ser que este sueño culmine como ese viejo cascarón ubicado en Lima, que alguna vez acogió las intenciones de lo que se llamó Acuerdo de Cartagena, gris y envejecido.
mteran@elcomercio.org