Palabra italiana que designó las inscripciones o dibujos trazados en las murallas yparedes de las antiguas ciudades romanas. Los grababan con grafito —mineral negro agrisado— y eso explica su nombre.
Los más antiguos fueron los de Pompeya —la vieja ciudad romana sepultada en el año 79 bajo las piedras y lava de la erupción del Vesubio—, en cuyos muros y paredes semidestruidos los arqueólogos hallaron miles de graffiti.
A fines del siglo XIV aparecieron punzantes graffiti en la estatua de “Pasquino” en Roma contra el papa Urbano VI. Uno de los epigramas decía: “lo que no hicieron los bárbaros, lo ha hecho Barberini”. Era la crítica contra el pontífice por haber mandado fundir los bronces antiguos para construir cañones. Durante el pontificado de Alejandro VI se pintaron allí muchísimas inscripciones de reproche a la conducta dispendiosa y libertina del papa español.
Siglos después las calles de París tuvieron muchos graffiti en los días de la Revolución Francesa. Por entonces las paredes eran la única prensa libre.
Más tarde, los movimientos estudiantiles de Francia en mayo de 1968 volvieron autilizar esta forma de protesta. Los graffiti recogieron las ideas, sentimientos, sueños y frustraciones de la juventud insubordinada. Allí se escribieron las ideas más sorprendentes: “seamos realistas: exijamos lo imposible”, “prohibido prohibir”, “las armas de la crítica pasan por la crítica de las armas”, “sólo la verdad es revolucionaria”, “cuando el sabio señala la Luna, el imbécil mira el dedo”, “la voluntad general contra la voluntad del General”, en obvia alusión a Charles De Gaulle.
El “prohibido prohibir” fue, en realidad, frase del argentino Teodoro Roca, en el célebre Manifiesto de la Reforma Universitaria de Córdoba en 1918, de quien la tomaron los jóvenes parisienses.
En el Ecuador, al día siguiente de la declaración de independencia, se hizo célebre la leyenda: “Último día del despotismo y primero de lo mismo”, que amaneció pintada en las coloniales paredes de Quito.
Leí en el cementerio de Bogotá: “Levantarse vagos, que la tierra es del que la trabaja”. Y en alguna otra ciudad de nuestra América: “proletarios de todos los países, uníos. Ultima llamada”. En una pared de Quito: “Los derechos humanos son tres: ver, oir y callar”. Y otro incisivo como un estoque: “Las putas al poder porque sus hijos han fracasado”.
Al fin de mi gobierno, en las paredes de Quito: “Por cambio de oficio vendo uniformes de aviador, submarinista, tanquista, tractorista y tenista.Informes: Palacio de Gobierno”.
En reciente régimen conservador, como crítica a las privatizaciones: “Se vende país con vista al mar. Informes: palacio de gobierno”.
Hay la manía hoy de pintarrajear las paredes, pero sin el menor atisbo de originalidad e ingenio. Esos no son grafitos, en realidad, porque no contienen mensaje. Son simples signos esquizoides de presencia de pandilleros en el lugar.