La farsa de la reconciliación

El presidente Juan Manuel Santos llevó a algunas víctimas a La Habana para reconciliarlas con sus verdugos. La idea se origina en las terapias psicológicas de sanación entre parejas severamente agraviadas. Quien cometió la falta se arrepiente, y la víctima perdona. Sin ese proceso es difícil recuperar la confianza.

El problema es que esa terapia solo funciona entre individuos, no colectivamente. Probablemente las víctimas perdonen, pero resulta muy raro el arrepentimiento de quienes cometen crímenes contra “enemigos de clase” que ellos consideran justos.
Che Guevara lo expresó claramente: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar”.

¿Imagina alguien a Guevara, Stalin, Hitler, Mussolini, Pinochet o Videla avergonzados por sus asesinatos? ¿Creer que Tiro Fijo o Mono Jojoy se hubieran arrepentido de sus crímenes “revolucionarios”? ¿Lo está Timoshenko, actual jefe de las FARC?

La Habana tampoco es el lugar ideal para una reconciliación. ¿Se arrepienten los anfitriones cubanos de sus miles de fusilados, persecuciones a los homosexuales o actos de repudio? ¿Se arrepienten los Castro de haber hundido al remolcador 13 de Marzo donde se ahogaron dos docenas de niños, o del derribo sobre aguas internacionales de dos avionetas desarmadas que auxiliaban a balseros? ¿Se arrepienten de las muertes de Oswaldo Payá y Harold Cepero?

Las narcoguerrillas comunistas colombianas y todos esos grupos violentos, a la derecha y a la izquierda, no creen tener nada de qué arrepentirse. Están llenos de justificaciones y coartadas ideológicas.

Hace años, intrigado por esa falta de empatía, le pregunté a uno que había “ejecutado” a trece enemigos políticos si sentía remordimiento. Me respondió sin vacilación: “sí, me remuerde la conciencia por todos los que se me escaparon”.

No puede creerse en estos procesos colectivos de reconciliación. Suelen ser una farsa. Pienso que las narcoguerrillas de las FARC están dispuestas a dejar las armas solo para llegar al gobierno por la vía chavista electoral. No renuncian a conquistar el poder ni a crear una dictadura colectivista, sino al método hasta ahora empleado. No piden perdón. Juegan a ello.

Con USD 100 o 200 millones del narcotráfico, más lo que aporte Venezuela, y agazapados tras el mascarón de proa de una izquierda, como hicieron los comunistas salvadoreños tras Mauricio Funes, intentarán llegar a la Casa de Nariño “legalmente”, aprovechando las divisiones y debilidad de los grupos democráticos. Una vez allí comenzará la fiesta clientelista hasta desmantelar los fundamentos de la República. Santos lo sabe, pero su objetivo, como el de media Colombia, es terminar la guerra a cualquier precio. Veremos si luego consiguen mantener las libertades y ganar la partida. Ojalá que “estalle la paz”, que ése no sea el inicio de otra expresión del horror.

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