Entendamos bien el momento

La ardorosa defensa ciudadana de los resultados electorales, uno de los pocos pilares que quedan de la frágil democracia ecuatoriana, reconforta el espíritu. Ver el renacimiento de la protesta en las calles de muchas ciudades, capitaneadas por los habitantes de Quito, que no aceptan, como no deben hacerlo, la simple pretensión o intento de manipular el resultado electoral, reaviva la esperanza.

Una vez más se confirma la dependencia de la institucionalidad pública al mandato de quien ostenta el poder. Por más esfuerzos que hace para aparentar una postura digna, responsable y más que nada honorable, su evidente e incontrastable obediencia política, le quita toda credibilidad.

Las tenazas políticas tienen asfixiado al país, cuya mayoría de ciudadanos empiezan a sacudirse luego de 10 largos años de abuso y prepotencia. El miedo da señales de agotamiento y la rebeldía toma su lugar. El gobierno debe entender la complejidad de las circunstancias actuales y evitar provocaciones que podrán derivar en hechos que nadie desea su ocurrencia. Es hora de olvidarse del libreto venezolano. Aquí, los que vivimos somos ecuatorianos.

Hay que leer con cuidado el mensaje dejado en las urnas. Más del 65% de los votantes le ha dicho basta a una forma arbitraria de conducir los intereses nacionales. Es momento además, de dejar atrás, especialmente por parte de todas las fuerzas opositoras, sus diferencias y sumar los esfuerzos por reconstruir los cimientos de una verdadera democracia, sustentada en los principios de la República.

Nadie quiere verse en el espejo, hecho mil pedazos, de Venezuela. Por eso, precisamente vale recordar que los fraccionamientos, las posturas tibias, las indefiniciones, sólo colaboran con el mantenimiento del sistema actual, que entre muchas cosas desperdició una década de extraordinaria bonanza. Hay que tener altura de mira para entender la profunda responsabilidad que cabe para recuperar principios como la honestidad y, las libertades cercenadas. Y aquello, sólo es posible caminando juntos, mediante alianzas temáticas amplias, hechas a la luz del día, que aseguren una razonable gobernabilidad.

Y frente a ese reto político, cuyas complejas articulaciones requerirán de un trabajo de filigrana fina para su reparación, le acompaña una situación económica, tanto o más compleja que la propia política. Campo en el cual, deberá merecer especial consideración la recuperación de los daños sociales evidenciados por la dirección económica actual.

Si no existe una decisión de trabajar juntos, en política y en economía, los días por venir estarán llenos de angustia, en donde puede renacer la violencia y, sin duda, acarrearán más amarguras.

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