El presidente de Estados Unidos ha dicho que podría disponer una intervención militar de ese país para enfrentar la crisis que sufre Venezuela. Esas declaraciones han despertado una reacción grande y variada, desde el entusiasmo de quienes consideran que eso podría contribuir a que retornen la democracia y la paz, hasta la amenaza de personas van a tomarse la Casa Blanca, que estaría ubicada en Nueva York.
El anuncio de Trump debe ser analizado porque, aunque podría ser solo una típica bravuconada, de todas maneras refleja no solo la forma en que piensan el jefe del estado más poderoso del mundo y muchos estadounidenses, sino hasta ciertos latinoamericanos.
Posturas como esa no son nuevas. Se han repetido a lo largo de la historia. Y no pocas veces han ido más allá de las palabras. Estados Unidos ha realizado muchos actos de agresión e intervención en países latinoamericanos. Su vecino del sur, México, ha sido el objeto de varios de ellos, hasta el actual propósito de Trump de construir un muro entre los dos países y hacérselo pagar a los mexicanos.
También Centroamérica ha tenido su cuota de aventuras intervencionistas. Basta solo recordar el apoyo oficial del gobierno norteamericano al pirata Walker, que luego de que intentó crear el estado de Sonora, cercenando México, asaltó Nicaragua y se proclamó su presidente. Estados Unidos organizó la invasión a Guatemala y su aviación realizó bombardeos para derrocar al legítimo presidente Jacobo Arbenz. Décadas después, también invadió Panamá para derrocar al gobierno. En el Caribe atacaron Cuba, sin éxito, y Granada. Por propia confesión de Kissinger se supo de la preparación y apoyo del golpe contra el gobierno democrático de Allende.
Venezuela sufre ahora una crisis aguda. Hay un sonado fracaso económico que ha empobrecido al país y lo ha dividido. El gobierno atropella a la gente y a las instituciones. Una heterogénea oposición se moviliza para enfrentar a una dictadura desembozada. Ante esto, el pronunciamiento de la comunidad internacional es muy importante. Pero de allí a la intervención militar hay un abismo. EE.UU. no tiene ni calidad legal ni moral para mover sus tropas a un país soberano. El que una tradición perversa sea el antecedente para el uso del “gran garrote” en Latinoamérica no le da ningún derecho de intervenir.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, un millonario que tiene una lengua más grande que su fortuna, está repitiendo acciones abusivas que justifica con el interés imperial estadounidense y con el pretexto de “devolver la democracia” a Venezuela. Eso debe ser parado en seco. Un acto de agresión militar de la “US Army” contra un país soberano no tiene nada de democrático y debe ser resistido por la conciencia del continente.