La semana, entrecortada por la celebración de Quito, trajo la noticia de la elevación del encaje para siete grandes bancos.
Más allá de los ensayos de explicaciones oficiales y conjeturas de los analistas sobre el destino de esos recursos, la decisión oficial llega en un entorno complejo. La caída de los precios del petróleo y el terremoto hicieron que la economía no creciera. El empleo es escaso y las transacciones comerciales y la inversión en la industria, modestas. Ha sido -como advirtió el Gobierno- un año difícil, con importante endeudamiento público.
Los bancos han acumulado recursos puesto que las personas y las empresas han preferido ser conservadores al adquirir deudas y despejar interrogantes futuras. El Gobierno requiere de dinero, ya que no ha ajustado el gasto fiscal y el tren de egresos es alto. Las emisiones de bonos reflejan esas urgencias.
La elevación del encaje, las argumentaciones acaso insuficientes de las autoridades y la reacción de actores del sistema, llevaron un tema delicado y de carácter técnico al terreno siempre sensible de las palabras.
El dinero que está en los bancos es de los depositantes y la gente merece un manejo responsable. Los préstamos mueven la economía, apuntalan la producción y dan trabajo. El sistema debe funcionar de modo armónico.
Es de esperar, por el bien del país, señales claras y actitudes positivas de todos los actores, para que la gente tenga suficiente confianza y estabilidad.