La geopolítica tiene, en tiempos de globalización, vasos comunicantes de veloces e insospechables sinergias e influencias. Tras la Guerra Fría y la hegemonía unipolar se construyó otra arquitectura.
Estados Unidos enfrenta una gran crisis económica como producto de una deuda abultada, alto gasto público y las burbujas que lo sacudieron, pero tiene solidez y capacidad de respuesta.
Mientras Asia aguarda cautelosa ante la gigante influencia de la gran China, los problemas complejos del Japón, todavía actor protagónico, y el crecimiento de Corea del Sur, entre otros Tigres insurgentes, la India crece allá y Brasil se consolida en nuestro continente.
Europa, que guarda tesoros e historia, vio días de prosperidad en la construcción de una moneda única: el euro. Los esfuerzos y exigencias para que los países más débiles se ajusten arrojaron un tiempo de sosiego.
Más tarde, los desequilibrios fueron marcando diferencias. En el norte las cuentas se ajustaban a una visión serena, casi atildada, y a una austeridad conservadora. En el sur fue la fiesta. El dispendio, el descontrol del gasto público, déficit abultados y la prevalencia del estado de Bienestar sin bases que sustenten el gasto social.
El descalabro griego, el impacto en un Gobierno como el italiano, cuya figura había superado vendavales de escándalos sexuales y sus ataques a la prensa crítica, y el adelanto de elecciones de España, ilustran con minuciosidad los impactos en la vida política europea de una crisis que los grandes están obligados a soportar para que su estantería financiera, en cuyas bancos estaban los empréstitos de los países en crisis, no sufra sobresaltos.
Mientras en América estamos expectantes a la espera de que el contagio no atraviese el Atlántico.