Si solamente tres universidades lograron permanecer en el sitial de honor de la categoría A, en el ámbito del pregrado, luego de la exigente prueba a la que fueron sometidos los centros de educación superior, la noticia de la baja de categoría de la Universidad Central fue un balde de agua fría.
La histórica Central, localizada en Quito pero bautizada del Ecuador, simboliza el núcleo de la educación superior que convoca a estudiantes que provienen de diversos lugares del país.
La institución carga con el fardo pesado de la masificación y estuvo inoculada por la lucha política, más determinante aún en tiempos de la Guerra Fría.
‘Chinos’ y ‘cabezones’ se disputaban las elecciones. Eran los representantes de Pekín o Albania, por una parte, y de Moscú, por la otra. La encarnizada disputa ideológica atormentaba a los miles de estudiantes con un debate bizantino que distraía lo esencial: el nivel académico del alma máter ecuatoriana.
Hoy, años después y superado aquel escenario, la política vuelve con otras formas a propósito de la disputa por el rectorado. En el debate habrá alguna vieja reminiscencia de aquel pasado pero se impondrá la coyuntura. La recategorización será, para aquel académico que goce de la confianza del electorado, una meta inclaudicable, para restaurar el sitial perdido y dar a la Universidad Central el rumbo que merece, acogiendo los retos de los tiempos.