La decisión presidencial de explotar el petróleo en una parte del Parque Nacional Yasuní levantó polémica y dio que hablar a la sociedad, especialmente a la academia, al sector social, a los jóvenes y a los ambientalistas.
El enfoque ambiental, conservacionista y ecologista ha primado, minimizando o hasta olvidando el aspecto antropológico. Se ha llegado al colmo de querer demostrar con palabras vacías que los pueblos en aislamiento voluntario no existen.
Desde antes se conoce que pueblos originarios habitan en la vasta zona de la selva oriental. Distintas nacionalidades indígenas han ido mutando sus lugares de vivienda por ser pueblos nómades. La explotación de hidrocarburos se efectúa en esta selva con más de 1 100 especies de árboles y lianas, más de 600 de aves, casi 200 de anfibios y reptiles y hasta 165 de mamíferos.
En el entorno de los campos petrolíferos hay pueblos quichuas, huaoranis (taromenane incluidos), shuaras, etc. Muchos habitantes no están contactados y permanecen en aislamiento voluntario, condición que la sociedad blanco-mestiza debe respetar como principio en atención al carácter pluricultural y étnico de nuestro país.
Desconocer esta realidad, borrarla del mapa y hacer tabla rasa de ella sería tremendo, tanto como decir que ahora recién los medios se preocupan del Yasuní cuando no han hecho sino contar su complejidad durante años.