Cuando en octubre del 2014 el Presidente aludía al año por llegar, el mapa político empezaba a cambiar en función de la economía.
La explicación oficial se encontraba en dos vertientes. La caída de los precios del petróleo y la apreciación del dólar. Dos choques externos, dirían los economistas. Dos temas que el poder político no manejaba, se explicaría entonces.
Pero las medidas adoptadas en enero de buscar más endeudamiento en China, nuevamente, ajustar el Presupuesto (hubo dos ajustes de un total de USD
2 200 millones) no fueron suficientes.
El recorte en gastos de inversión no fue acompañado de una política fiscal austera, como aconsejaban analistas ortodoxos, y el gasto público siguió con el tren de todos los años pasados. Gastar y activar la economía desde el Estado.
Pero la liquidez empezó a pasar factura en los flujos de pagos a los contratistas -de obra pública especialmente- y el freno desaceleró la economía, al tiempo que las cifras optimistas de crecimiento se fueron ajustando a la nueva realidad y la contracción llegaba, aunque se evite llamarla por su nombre: recesión.
En todos estos años se desdeñó a quienes se pronunciaban por el ahorro, por los fondos de contingencia, por la austeridad para acumular un colchón durante la época de bonanza para los tiempos de vacas flacas. Nada de eso. Al contrario, obra pública y crecimiento del Estado, en varios casos con deuda que en el futuro nos afectará. El 2016 se pinta complejo. Y vienen las elecciones sin el presidente Correa de candidato.