La muerte cobijada en el terrorismo hizo presa de más víctimas inocentes. El escenario volvió a ser Nueva York, cuyos habitantes le plantaron cara a la tragedia.
Es un mal recuerdo del atentado terrorista de las Torres Gemelas, del 11 de septiembre del 2001. Unos ciclistas que pedaleaban despreocupados cerca de la fatídica Zona Cero pagaron con su vida la ‘osadía’ de moverse con libertad. Entre las ocho víctimas hay cinco argentinos compañeros de estudios, que celebraban los 30 años de graduados.
Sus historias nos enfrentan con la realidad: en un mundo donde locos y fanáticos andan sueltos, la inseguridad crece. El efecto maléfico del terrorismo llegó esta vez también en forma de vehículo. Un conductor uzbeko, que preparó durante un año el atentado, se muestra como fanático de los métodos sangrientos del autodenominado Estado Islámico, que tanto terror siembra en el mundo musulmán, pero también en países que no profesan esa religión.
Establecer si se trata de un ‘lobo solitario’ o de un ejecutor de órdenes de la organización terrorista internacional es la tarea de la Policía, para evitar que acciones parecidas se repitan. Pero esa investigación nunca devolverá la vida arrebatada, nunca sanará el dolor sembrado ni el recuerdo amargo de los días tristes que enlutaron a Nueva York otra vez, y antes y de forma muy seguida a distintos lugares del mundo.
El terrorismo se expande; debemos estar preparados para luchar contra este siniestro mal contemporáneo.