Ecuador mantiene distintos flancos, y todos ellos retadores, en materia de comercio exterior. Nuestras autoridades están obligadas a ejercer una política amplia y audaz en materia de propiciar el intercambio y la inversión foránea.
Por eso parece un acierto haber establecido un Ministerio de Comercio Exterior y ubicar al frente a un técnico que supere los fantasmas de la politización que esa tarea tuvo en la Cancillería.
Mientras la cuerda se tensó con EE.UU. por la renuncia unilateral anunciada por el Gobierno Nacional a las preferencias arancelarias para centenas de nuestros productos, otro espacio se abre con los posibles diálogos con la Unión Europea. Sabemos, empero, que hay dificultades y que al final del camino pueden pesar aspectos políticos.
Ecuador participa como observador de Mercosur, y eso está bien, pero se debe calibrar con rigor si conviene entrar en ese grupo, sabiendo que muchos países producen lo mismo que nosotros y en mayores cantidades y la balanza comercial nos es desfavorable en muchos casos.
Una apertura mayor puede ser perjudicial para los productos ecuatorianos. Una opción lógica y seria debiera ser la apertura a los países de la Cuenca del Pacífico, que implica un trabajo de integración total a la Cooperación Económica Asia-Pacífico (Apec, por sus siglas en inglés), con miras a conquistar un mercado de enorme porvenir en los países asiáticos, que compran infinidad de productos.