Dos hechos políticos marcan la semana en Sudamérica. Los fastos del nuevo gobierno de Cristina Fernández, en Argentina, y los movimientos duros de Ollanta Humala en Perú.
Los principales retos para la Presidenta argentina se mueven en el ámbito de la economía. La dinámica de consumo dio réditos en las urnas y produjo un caudaloso resultado electoral, pero hay la urgencia de afrontar cambios que permitan ampliar la base productiva y generar fuentes de trabajo sustentables en el tiempo.
En lo político, el proyecto parece querer avanzar desde el antiguo y ecléctico peronismo que le dio aliento, hasta el kirchnerismo, basado en la mitificación de la figura del ex Presidente. Su viuda, al efectuar el juramento por Dios y los Santos Evangelios ante el Congreso, dijo que, en caso de incumplir “… que Dios, la Patria y Él me lo demanden”. Esa fijación es parte del culto recurrente a las figuras muertas.
Con una oposición débil y fragmentada, parece que la tensión con los sindicatos, viejos aliados del peronismo tradicional y nuevo, será factor complejo de gobernabilidad, a más de la guerra establecida contra los medios.
En el Perú, Ollanta Humala, quien subió con cierta fama de progresista, y hasta amigo de Hugo Chávez, deja ver su faz autoritaria al tensar la cuerda con sectores sociales difíciles de manejar situados en las áreas de explotación minera, que significa buena parte de los ingresos de la economía. La designación de antiguos compañeros de armas para manejar zonas de conflictividad social ha provocado el alejamiento de Perú Posible, del ex presidente Alejandro Toledo. Esto, junto a las tensiones de Chile y las denuncias en Brasil, demuestran que la gobernabilidad no es tarea fácil en un continente diverso y de complejo tejido social.