Es una vieja deuda social. Hoy que perseguimos una sociedad igualitaria, con un marco constitucional donde se pregonan los derechos y garantías, las duras cifras sacuden, duelen, laceran. En el Ecuador los niveles de maltrato a la mujer, asesinatos (ahora conocidos como femicidio) son una verguenza.
Los expertos consideran que los viejos modelos siguen reproduciendo la imagen de una mujer sumisa, dedicada a las tareas caseras. Bien es cierto que cada vez más el aporte de la mujer a la economía y la brillante participación en tareas de alta responsabilidad van derrotando esa visión cultural anacrónica.
Pero los datos hablan solos: en la región el 90% de la violencia conyugal la experimentan las mujeres. En Ecuador ocho de cada 10 mujeres han sido maltratadas. En 2008 hubo 10 700 denuncias de violencia sexual.
Las estadísticas del Ministerio de Gobierno registran 64 841 casos en 2008. En 2009 fueron 72 848 las denuncias de maltrato. En 2008 hubo 44 casos de femicidio (todavía no tipificado de forma aislada para el género). En 2009 la cifra subió a 98 casos, según la Flacso (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales).
Leyes no faltan. Como siempre ocurre, el Ecuador está adelante en una legislación que acoge principios contemporáneos, enunciados teóricos que nunca se cumplen.
La realidad desnuda la clamorosa inequidad. Desde distintas iniciativas se intenta dar protección a las mujeres agredidas. Las Tres Manuelas, un centro de apoyo interinstitucional, y casas de acogida como Matilde hacen una positiva labor humanitaria.
Pero eso no basta. La actitud social es lo que hay transformar de raíz. En temas como este se debe reflejar el cambio que el país demanda.