La prisión de Roben Island fue la casa de Nelson Mandela, premio Nobel de la Paz 93, durante la tercera parte de su vida. Su lucha contra el apartheid se convirtió en símbolo potente de gestas por la libertad.
Guetos, segregación, escuelas para negros, buses para negros, baños separados y parques donde los dueños de los territorios ancestrales no podían entrar. Esa aberración tuvo fin en 1994 con las primeras elecciones libres que llevaron a Mandela al poder. Su sacrificio rindió frutos. La lucha de los negros por sus derechos fue larga y sacrificada desde las tragedias del dolor y la ignominiosa esclavitud hasta la luminosa libertad.
Nelson Mandela se alza como un símbolo que a sus 92 años volvió a brillar en el Mundial de Fútbol ante un escenario universal, aquel que brinda, más allá de polémicas y mercadeo millonario, el espectáculo del fútbol.
En aquel contexto lo vimos oculto en los primeros días por el accidente de tránsito de su nieta tras la ceremonia inaugural, sereno y vitoreado en el cierre de la fiesta, y su ejemplo nos sirvió para voltear otras miradas sobre Sudáfrica, sus logros y sus duras realidades escondidas para millones de personas en el planeta.
El país del apartheid tiene 50 millones de habitantes, un Producto Interno Bruto mayor en nueve veces que el del Ecuador (USD 467 600 millones) y 1200 000 kilómetros cuadrados. Se hablan 11 lenguas, entre ellas el zulú, el inglés y el afrikáans -herencia del coloniaje- y su infraestructura vial y sus riquezas minerales muestran una sociedad rica pero inequitativa con millones de pobres.
La lucha de Mandela por el pueblo negro es una de las conquistas de la humanidad que en la fecha de su cumpleaños la civilización celebra y que pudo ser mostrada recién a millones de personas gracias a la fiesta del fútbol.