La lectura es un hábito que se adquiere desde la infancia, única llave de un conocimiento sólido, pues permite descubrir el mundo, conocer a los seres humanos, explorar la ciencia y animar la imaginación.
Las nuevas generaciones cada vez leen menos, y esa es una realidad que no se puede soslayar. Las causas son múltiples. Por ejemplo, el joven cuenta con una carga de tareas que limitan sus horas de entretenimiento, y la lectura, desafortunadamente, no se enfoca como tal. Para muchos, leer es una carga pesada. Las clases no logran desarrollar una fluidez suficiente ni los niveles de comprensión de los contenidos son los óptimos.
Los maestros incentivan poco la lectura y muchos de ellos ni siquiera han sido buenos lectores. Lo propio sucede con los padres de familia. Y si maestros y padres no son buenos lectores, mal pueden inculcar hábitos de lectura desde la edad temprana a los niños para que despierten el entusiasmo y logren convertir al libro en un elemento indispensable para la vida.
El libro compite hoy con múltiples ofertas de entretenimiento. Los programas de TV, los juegos de video y las películas van formando un público pasivo, poco crítico hacia los contenidos. La Internet compite con el formato tradicional de los libros, pese a que el país no tiene suficiente conectividad. Una alternativa inagotable de navegación y una tendencia hacia la versión única sin contraste de fuentes y la poca acuciosidad liquidan la investigación en bibliotecas y suprimen la profundidad, cuando no proyectan una malsana tendencia a los plagios estudiantiles.
Nuevas plataformas y libros electrónicos son otra vertiente de dura competencia para el libro tradicional, pero lo más importante, al margen del sustrato, es mantener la lectura como un medio insustituible de conocimiento.