La muerte gana terreno en las frágiles fronteras de Gaza e Israel. Los asesinatos de jóvenes volvieron a encender la mecha.
Más allá del incidente que provocó esta nueva ofensiva y más allá de las causas y razones de ambas partes sobre el derecho a gozar de fronteras seguras, autonomía y respeto a las decisiones de la ONU sobre la vigencia de dos Estados, lo triste es el alto precio de vidas inocentes que se ha llevado una semana de conflicto.
Esa guerra será interminable mientras los fundamentalistas de ambos lados no respeten la existencia de seres que piensan distinto y profesan una fe diferente.
Los terroristas de Hamas desatan, desde la Franja de Gaza (uno de los dos territorios de Palestina) ataques con misiles que destruyen los sofisticados escudos del ejército hebreo. Israel responde con bombardeos, supuestamente selectivos, dirigidos a objetivos de Hamas para destruir su armamento. El resultado es ya de más de 180 muertos. Varios organismos internacionales, como la ONU, estiman que la mayoría de víctimas son civiles y, en alto porcentaje, niños.
Israel pide que los palestinos evacúen el norte de Gaza. El despliegue de tanques hebreos es imponente. La guerra sigue siendo el triste camino escogido.
La comunidad internacional reacciona, como siempre, de forma tardía. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ofrece sus buenos oficios para mediar. Desde los gobiernos de Italia, Alemania, Egipto y Qatar se hacen gestiones. Clama un alto al fuego y la búsqueda persistente de un diálogo de paz.