La propuesta presidencial de cambiar los preceptos de la Constitución, tomar bajo sus riendas la reorganización de la justicia, modificar la prisión preventiva y las restricciones de libertades fundamentales, hizo crisis interna.
En un país carente de oposición política, con las instituciones demolidas y la ciudadanía apocada ante la avalancha del discurso y la práctica de concentración de poder, era lógico que los problemas mostraran las debilidades internas de un movimiento nada orgánico al que solamente une la fuerza del liderazgo caudillista vertical.
También es lógico que los postulados ideológicos a los que adscriben quienes se mostraron fervientes partidarios del “proyecto” terminaran de hacer implosión cuando la propuesta presidencial intenta desbaratar la estantería constitucional ideada en Montecristi.
Hace crisis asimismo la ficción de la participación ciudadana, como antes lo hizo la separación de poderes al desnudar un esquema de concentración del poder sin espacios democráticos.
Allí brilla la imagen del caudillo que opaca al resto, pero la intolerancia y el autoritarismo han desgastado los postulados utópicos del “proyecto” y la revolución ciudadana se vuelve un lema vacío de contenido.
Varias figuras de pensamiento de izquierda o con mayor experiencia se aparataron en una primera fase. Hoy se alejan los jóvenes que agrupados en Ruptura de los 25 dieron frescura al movimiento. Se van desgastados porque no supieron poner en la balanza a tiempo sus principios, por encima del modelo de liderazgo. Su salida fractura una propuesta que no ha recibido apoyo de sectores sociales en el episodio de una consulta que amenaza con dividir más a un país polarizado.