Senplades, a la cabeza del diálogo que planteó el Gobierno, cerró una etapa y sistematizará los resultados obtenidos.
Más allá de las sumas y las restas del número de las personas e instituciones participantes, las exclusiones de un discurso que partía de estigmatizar a aquellos que el poder no consideraba de buena fe, fue un punto de partida fallido.
Un diálogo, para que sea tal, debiera empezar con un planteamiento abierto, no excluyente y con la posibilidad de una construcción colectiva de los temas políticos, económicos y sociales que toda la gente piense que se deban tocar.
Satanizar la política al punto de limitar su tratamiento solo a los actores directos o peor a quienes comparten las tesis oficiales es un error cuya factura se paga.
Aun así, seguramente en los siguientes días algunas ideas valiosas entregará a la opinión pública la entidad que organizó el diálogo. De todos modos, hubiese sido preferible que una institución académica o social neutral se hubiese ocupado de la convocatoria.
Ante un nuevo escenario económico que condiciona la vida nacional, luego de las tensiones sociales y movilizaciones y la polémica que levantaron los proyectos de leyes de herencias y plusvalía, esos temas debieran ser tomados en cuenta. Se debiera replantear el discurso y el ejercicio político, máxime si nos aproximamos a una fecha límite en el complejo debate nacional por las enmiendas y la reelección presidencial y frente al nuevo panorama que vive el país, sin duda alguna, a esta hora.