Nada llenará jamás el vacío que deja la muerte de un ser querido, pero las etapas para asimilarlo tienen sus tiempos.
Cada ser humano, en el misterio de su condición, de su mente y de su corazón, de sus fortalezas y de sus debilidades, tiene maneras distintas de procesar los hechos dolorosos y traumáticos.
Para los familiares de nuestros queridos compañeros, arrebatados por la brutal mano criminal, no llegan ni la explicación ni el consuelo. Ni sus restos.
Ellos -sus hijos, sus padres, sus hermanos- fueron a cumplir sus tareas en busca de la verdad, a contar historias como lo han hecho decenas de veces en calles y plazas, en selvas y zonas aisladas, para que el país se entere de lo que pasa en su frontera norte. Sus narraciones y sus imágenes se basaban en las vivencias y problemas de la gente y eran trasladadas con lucidez a los lectores.
Fueron a ejercer el derecho a la libre expresión, cumpliendo protocolos y procedimientos y solamente en procura de la altiva tarea de informar.
La presencia del equipo periodístico en Mataje, en territorio ecuatoriano, fue conocida por la autoridad y registrada debidamente. Después vinieron el secuestro y el brutal asesinato.
Hoy, ausentes de sus familias y compañeros, el país reclama en voz alta y los allegados exigen e imploran a las autoridades por sus cuerpos para darles sepultura. Tarea difícil y compleja. Entidades especializadas como la Cruz Roja deben coordinar con un grupo irregular vinculado con el narcotráfico.