La televisión ha puesto en escena otra vez, con divulgación envidiable en buena parte del mundo, los debates presidenciales.
El domingo fue el penúltimo episodio de la serie de tres debates entre los postulantes de los partidos Demócrata y Republicano a la Casa Blanca. Además se pudo observar en trabadas divergencias a los candidatos a vicepresidentes de ambos partidos mayoritarios (no los únicos en el mapa de EE.UU.).
Antes, en una interesante aplicación de esa modalidad en las elecciones primarias, se pudo ver a dos decenas de postulantes de los dos grandes partidos debatiendo sus posiciones.
Los efectos en Estados Unidos se miden de inmediato y queda claro que el histriónico Donald Trump, un experto en espectáculos de TV., no ha sacado partido de sus conocimientos en cámaras y luminarias y ha perdido fuerza. Las encuestas así lo revelan.
Para el Ecuador las lecciones deben ser múltiples. Los debates no deben ser shows de confrontación rayana en lo pugilístico sino, más bien, la oportunidad de oro para exponer ideas, planes de acción y compromisos.
En todos los momentos de decisiones electorales, el debate presidencial debe existir y no eliminarse, como ha ocurrido en las elecciones últimas (no hay hace una década). Y debe ser un espacio de madurez y de respeto al rival. Debemos procurar que en el ejercicio democrático esa montaña de indecisos hoy existente vaya tomando partido por la mejor opción.