Peseaque había dejado el poder en manos de su hermano Raúl hace ya diez años, es indudable que Fidel Castro fue el referente de la política cubana de las últimas seis décadas. Su muerte cierra un ciclo marcado no solo por la polarización sobre su figura, sino por la incertidumbre acerca del rumbo que tomará Cuba.
Por un lado, Fidel Castro deja el pesado legado de un modelo que ya no cuenta ni con el apoyo de la ex Unión Soviética durante la Guerra Fría ni con el petróleo venezolano del siglo XXI. Por otro lado, deja a su hermano en pleno proceso de búsqueda de otro sucesor, pues él dejará el poder en febrero de 2018. La necesidad de cambios políticos y económicos en la isla se hace cada vez más evidente, y con seguridad tendrá una nueva dinámica tras la desaparición física de quien encarnó la lucha contra la dictadura de Batista en los cincuenta y se entronizó desde entonces como el ícono de un modelo cada vez más difícil de sostener.
‘El último revolucionario’ se lleva con él unas consignas que dieron esperanza en América Latina y levantaron simpatías el mundo, pero que no resolvieron las necesidades de su pueblo. La concentración de poder y la falta de alternancia; la conculcación de libertades y una economía dependiente, hacen la peor receta.
Donald Trump ofreció ayer dedicar su esfuerzo para que los cubanos caminen hacia la libertad. Pero es indudable que los propios cubanos sabrán hacerlo, en ejercicio de su libre determinación.