El cuidado de los parques debiera ser minga general. Y no una vez al año por lavar la cara de la ciudad para las fiestas, sino una actitud cívica de cada día. Los parques de Quito son nuestra cara.
Cada mañana cuando nos levantamos y nos disponemos al nuevo día, miles de quiteños y vecinos de la capital salimos a caminar, correr, a andar en bicicleta o a ejercitarnos en los parques de la ciudad. Muchas veces vamos a La Carolina, al Metropolitano, al Itchimbía y a Las Cuadras en distintos puntos geográficos. Esos grandes parques tienen vigilancia y limpieza permanente. Pero vemos que los parques cercanos a nuestras casas no son muy visitados. Hay basura acumulada, excrementos caninos, botellas, maleza que se presta para refugio de roedores. Los juegos infantiles están en mal estado y muchas veces nuestros niños se lastiman. Los basureros han sido despedazados y la vista se vuelve deprimente. El lugar de descanso, lectura y ejercicios parece un muladar. Nos alejan del parque del barrio.
Pero los parques, por la noche, se vuelven imposibles de visitar. Muchas veces se convierten en refugios de rateros y espacios para juntar a los pandilleros. La ingesta de licor y el consumo de drogas son cosa común y ahuyentan a los vecinos. Hay parejas que exhiben su impudicia manteniendo relaciones sexuales a noche descampada, sin rubor.
La seguridad, de día y de noche, brilla por su ausencia. Este es un factor que ahuyenta a la gente de los parques.
Las autoridades de la ciudad, con el aporte de los empresarios y con la colaboración de los vecinos, deben preocuparse de un tema que es esencial para la calidad de vida en los barrios quiteños. Una ciudad con sus parques descuidados no es una buena credencial para quienes exhibimos con orgullo la condición de Patrimonio de la Humanidad.