Pensar que Venezuela ha tocado fondo es una ilusión. La crisis económica, social y política sostenida parece no tener fin.
El último capítulo fue la suspensión del referendo revocatorio del mandato (que admite la Constitución) y con el cual un poder electoral afín al Gobierno elude que sea el pueblo el que decida la permanencia o la salida de Nicolás Maduro, como busca la oposición.
En respuesta, la Asamblea de mayoría opositora planteó el juicio. Huestes chavistas asaltaron el recinto parlamentario y abonaron a la tormenta.
Con la tensión. que otra vez ganó la calle, surgió una señal de diálogo auspiciada por el Vaticano. Una mediación que luce tardía, pese a la buena voluntad de gestores de potenciales encuentros entre el Régimen y la oposición.
La Asamblea decidió convocar al Presidente ante el foro y plantear un juicio en una comparecencia para la que se fijó ya fecha: 1 de noviembre.
Luego de pasar por Roma e incluso recibir una bendición papal, Maduro retomó su discurso grandilocuente para atacar a la oposición, tildar a la decisión política de la Legislatura de golpe de Estado y convocar a un Consejo de Defensa de la Nación.
Con una de las inflaciones más altas del planeta, con una inequidad insoportable, presos políticos y protestas que no cesan, la polarización toma ribetes angustiosos. El discurso y la arenga no alcanzan para la paz y tranquilidad que merecen los venezolanos. Cualquier mediación parece llegar tarde.