La ceremonia de traspaso de mando en Chile tiene hondos significados, aunque ahora sea vista como cosa normal.
El primero de ellos es la visión de un poder que se puede alternar entre ideologías contrarias sin afectar a la democracia. Todo lo contrario, fortaleciendo su huella institucional.
Que eso ocurra por séptima vez, tras la dictadura militar de Augusto Pinochet, es clave. Chile aprendió con sangre y grandes sacrificios el valor de vivir civilizadamente.
Y si Chile es un país que se abre al mundo, a las inversiones y tiene una concepción globalizada de la economía, no es menos cierto que la inequidad persiste y los conflictos generan tensiones que se pueden procesar.
Michelle Bachelet, socialista que entrega el mandato por segunda vez, lo recibió de Sebastián Piñera, el Presidente que repite y es un empresario de derecha; ambos hablan, coinciden en muchas cosas y discrepan con altura en otras.
Esa receta llega del país del sur en medio de los escándalos de corrupción continental y otras denuncias que afectaron al gobierno saliente.
A la ceremonia de cambio de mando asistió el Presidente ecuatoriano. Es una señal de apertura de Moreno que va más allá de los radicalismos que se viven en plena crisis interna.
En Santiago, Lenin Moreno firmó acuerdos mineros aprovechando la amplia experiencia de Chile en el área cuprífera, ya que hay grandes yacimientos en el Ecuador.