Con una cumbre de la Alba, conferencias y foros y 200 invitados internacionales, el régimen de Nicolás Maduro conmemoró los cuatro años de la partida de su líder, ayer.
Hugo Chávez fue un caudillo tan potente como polémico. Su sucesor, escogido por el propio Chávez en el epílogo de su enfermedad, no ha dado la talla de su mentor y ha llevado a una polarización mayor que sume a Venezuela en un perpetuo caos.
La figura de Chávez es casi adorada por sus seguidores, que hasta le llaman ‘el comandante eterno’. Sus detractores, en cambio, lo responsabilizan de la debacle institucional, política y económica en que cayó su país.
Es indudable, empero, que su figura trascendió fronteras y su discurso altisonante puso a Venezuela en el mapa de la geopolítica continental.
Desde aquel golpe de Estado que protagonizó para intentar derrocar al presidente socialdemócrata Carlos Andrés Pérez en 1992, hasta su victoria en las urnas de 1999, fue labrando una figura de caudillo militar con raigambre popular que cautivó a las masas. Varios políticos admiran su figura.
Pero la falta de libertades, los derechos civiles conculcados, más de 100 presos políticos y la polarización profunda son las marcas siniestras del régimen de fuerza que su impronta dejó, más allá de sus triunfos en las urnas.
Hoy su sucesor vive una fase más de una crisis que parece terminal y que merece una salida libre y democrática.