Donald Trump

El periodista norteamericano Mark Singer lo llamó “vendedor de humo”. Y, con ácidas e irreverentes palabras, escribió: “jamás me atrevería a sugerir que miente cuando está dormido.”

En realidad, todo político populista es eso: un vendedor de humo.

Y es que, después de más de un siglo de ausencia, el populismo ha hecho su retorno a la política norteamericana en los hombros de Trump. El término “populismo” se originó en EEUU al final del siglo XIX con los planteamientos del “People’s Party”, formado para canalizar las demandas poco elaboradas pero justas de los granjeros del oeste, expoliados por los centros industrializados del este.

En la Enciclopedia defino el populismo como “el arrebañamiento de las multitudes en torno a ese hechicero del siglo XXI, listo siempre a ofrecer el paraíso terrenal a la vuelta de la esquina, que es el caudillo populista”. Y esta definición parece el retrato de Trump.

En una aguda definición de populismo, el sociólogo argentino Mariano Grondona dijo con sarcasmo: “El populismo ama tanto a los pobres que los multiplica”.

No es un movimiento ideológico sino una desordenada movilización de masas, sin brújula doctrinal ni bandera. Conductores conducidos, los líderes populistas son esclavos de los sondeos de opinión. Esa es su “ideología”. Y, como alguien dijo, “fascinan a las masas sin dejar de servir a las olgarquías”.

No es debido hablar de “populista de izquierda” o “populista de derecha” ya que izquierda y derecha son categorías ideológicas que no tienen cabida en el populismo, que es aideológico. El populismo es, simplemente, populismo. Hitler y Mussolini fueron caudillos populistas en las angustiadas Alemania e Italia de los años 30.

Trump es fruto de la tecnología para la fabricación de un caudillo populista: exaltación hiperbólica de su personalidad, fabricación de la aureola carismática, providencialismo, demagogia. Un coro de alabanzas canta en su entorno y repite y repite las loas estereotipadas hasta incrustarlas en el cerebro de la gente. Simultáneamente se fabrica el “enemigo” -nacional o extranjero- contra quien se dirige sus reproches, dicterios y acusaciones. Los “enemigos” son los culpables de todo.

El populismo no es una legítima expresión democrática puesto que, bajo la enseña reivindicatoria y populachera, lleva a los pueblos a defender posiciones opuestas a sus intereses. Por eso dijo un pensador: los caudillos populistas “fascinan a las masas sin dejar de servir a las oligarquías”.

En la era digital ha surgido un elemento suplantador de las ideologías: las encuestas de opinión. Los gobernantes populistas hacen y dicen lo que ellas mandan. Y estos conductores conducidos son esclavos de los sondeos de opinión. Pero lo malo de todo esto es que Trump va a ganar porque cada atentado islámico le suma votos.

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