En el cambiante mundo de la política están ocurriendo hechos por demás significativos que demostrarían su banalización y decadencia. Me refiero a ciertos acontecimientos públicos que marcan una tendencia por la cual aquellos grandes electores (llámense partidos políticos, grupos de poder, etc.), están escogiendo para que los representen en justas electorales a personajes improvisados y aun ignorantes en el delicado manejo de las cosas del Estado, pero en cambio, cuentan a su haber con ruidosa fama logradas en el mundo circense, mediático, farandulero o deportivo. Todo parece que lo importante es la popularidad del candidato antes que su preparación y sus ideas. Gracias a su fama, “esa perversión barata del prestigio,” estos comediantes intentan alzarse con los votos del electorado confesando paladinamente que nada saben de administración pública, pero que, si los eligen, están dispuestos a aprender.
Los ecuatorianos hemos sido testigos de estas audacias protagonizadas por no pocos cómicos de tablado, ágiles deportistas y mediocres conductores de televisión y cuyos nombres son por todos conocidos. Gracias a un insensato manejo de las cosas de la política, llevado a cabo por partidos desacreditados que no cuentan en sus filas con personalidades de auténtica valía intelectual y moral y que no representan otra cosa que los intereses de los propietarios de tales agrupaciones, estos habilidosos de la escena han llegado al parlamento sin otro mérito que tener un rostro demasiado visto y una popularidad ante las masas. Nadie puede culparles de su ignorancia de las leyes y sus doctrinas legales ni de su inexperiencia en las cosas del Estado porque lo suyo nunca fue aquello, pero sí de su irresponsabilidad al aceptar una alta función pública de la que todo ignoran. No he dejado de sonreír al leer una noticia en la se dice que los padrinos de tales cándidos están empeñados en instruirles acerca del contenido de la Constitución y los códigos. Y así, dicen, estarán “preparados” para legislar. Es como si yo, que nunca he sido futbolista, me entrenara durante tres semanas para participar en la Copa Libertadores. No sé cómo pueda aplaudirse la ingenuidad cuando está de por medio el bien público.
Aparte de estas peripecias hay otras que han llegado a tener idéntico significado. Me refiero al nuevo millonario, heredero de gran fortuna y a quien todo le fue conferido, menos el poder político. Pues en ello se empeñará este neo-potentado, para lo cual bastará poner en juego su influencia y su dinero y aun podrá inventar un partido, globo inflado con su nombre y su figura. Pero nada de esto parece importar en tiempos como los actuales en los que, gracias a las hazañas del marketing, un mal actor puede convertirse en un buen histrión y cosechar muchos aplausos en la escena siempre y cuando siga las pautas de un libreto.