Tarde o temprano la utopía socialista llevada a la práctica desemboca en el estalinismo o alguna de sus variantes. Sucedió en la Unión Soviética, que lo inventó; sucedió en China, en Corea del Norte, Camboya, Cuba y otros lados.
Un escritor que lo sufrió en carne propia, el cubano Leonardo Padura, exorcizó los demonios del estalinismo en su gran novela: ‘El hombre que amaba a los perros’. Pero curiosamente pide más: ante el fracaso del comunismo, esa furiosa utopía del siglo XX, Padura declara en Cali que necesitamos de una nueva utopía, anhelo que identifica con la esperanza en que el mundo puede ser mejor.
A estas alturas hay que sospechar de la bondad de las utopías, ante todo porque desear que la realidad mejore no pasa por creer en un mundo ideal y por definición inalcanzable, tan inalcanzable como el paraíso de las religiones, de cuya mitología se alimenta. Por ello, en vez de soñar en una nueva utopía luego de haber sufrido tanto por la vieja, Cuba podría mejorar si se quitara de encima esa dinastía de 57 años. Y no es difícil imaginar cómo estaría de bien Venezuela si, en lugar de un militar delirante que engatusó al pueblo con el paraíso bolivariano, hubiera tenido un par de presidentes sensatos, progresistas y honrados.
Dice el refrán que más vale pájaro en mano que ciento volando. Pero el pájaro de la realidad no sirve para calmar a demasiadas personas resentidas y desesperadas que necesitan de dioses y culpables para seguir viviendo, y aguardan a un mesías que expulse a los oligarcas del templo y las conduzca a la tierra prometida.
Precisemos: según los consultores políticos, muchos electores votan por el candidato que creen que les mejorará la situación, pero la oferta debe venir envuelta en un bonito paquete, con imágenes novedosas que les toquen las viejas teclas sentimentales. Por eso, a pesar de los fracasos, palabras ya rancias como revolución y socialismo mantuvieron su carga emocional y movilizadora hasta principios de este siglo. Bien aderezadas, sirvieron para vender humo e ilusiones en Sudamérica mientras en Oriente Medio se erguía otra utopía absolutamente retrógrada: la instauración a sangre y fuego de un califato medioeval.
No es fácil diferenciar hoy lo que es manipulación religiosa y propaganda política de lo que fueron las grandes utopías sociales que cobraron fuerza en el siglo XIX. Si bien Marx y Engels combatieron a la religión, calificada como ‘el opio de los pueblos’, y al socialismo utópico, al tiempo que afirmaban su visión ‘científica’ del socialismo, mucha agua ha corrido desde entonces. Y mucha sangre. Y mucho cuento.
Aquí y ahora, sería un gil el candidato que salga a ofrecer revolución y socialismo en la próxima campaña electoral. Por eso, ya están diseñando los marquetineros vistosos disfraces para la utopía, cuando solo se necesita alguien honesto y sensato que aplique un plan realista y austero para salir de la crisis.