El ciudadano conformista

En estos tiempos de crisis la exclusión social se agudiza y para no pocas personas se vuelve insoportable: son muchos los que quedan en la cuneta, descartados y al margen de una sociedad mecida por la indiferencia. La mirada se queda corta y no vemos más allá de nuestros intereses inmediatos. Y, sin embargo, los problemas que nos afligen (crisis económica, carestía de la vida, desempleo, migración,…) difícilmente pueden abordarse sino es desde el compromiso de todos. Lorenzo Milani, el gran pedagogo italiano, decía que “salir uno solo de los problemas es avaricia, y salir juntos es política”. Tan importante es mostrar la complejidad de los problemas como la complicidad a la que estamos llamados.

Por eso, toca activar la capacidad crítica de los ciudadanos, especialmente de los jóvenes. No es suficiente con decir “me gusta” en facebook.

Entiendo yo que esa es una manera de enclaustrar la propia capacidad mental. “Hay que poner el cuerpo”, es decir, pasar de las palabras a los hechos y arriesgar algo de la propia comodidad. No es un consejo exclusivo para políticos, sino, muy especialmente, para cualquier ciudadano capaz de poner en crisis el mundo circundante. Lo importante es el deseo de luchar y la necesidad de transformar la sociedad en la que vivimos y, tantas veces, vegetamos.

Es triste decirlo, pero el poder, que debería de promover esta actitud crítica, novedosa e inconformista, trata siempre de domesticar la inteligencia y de someter la voluntad. Al final, nos conformamos con poco y acabamos convirtiéndonos no en protagonistas de nuestra vida, sino en simples espectadores de desgracias ajenas. La fragmentación política en la que vivimos poco ayuda al compromiso real de los ciudadanos. Hoy, predominan políticos de todos los colores que solo toman posiciones políticas coyunturales, una veces aprovechando su imagen pública y otras para reforzarla. Prevalece un discurso pautado. Tal es así que, conocida la filiación política del entrevistado, ya se sabe lo que va a decir, defender o plantear.

Lo que echamos de menos son políticos comprometidos con el país, con los ciudadanos, jóvenes, pobres y excluidos de un sistema que solo premia a los que engordan la troncha. Entrar en este juego de engorde es un modo de conformismo como otro cualquiera, que lleva al ciudadano a detestar la política y a evadirse de cualquier compromiso solidario que ponga en peligro su particular mundo feliz. Bueno, no tan feliz, pero lo suficiente como para sobrevivir.

Me pregunto si, a golpe de conformismo, podremos sacar adelante una sociedad democrática, justa e incluyente. En estos días, en los que me toca confirmar en su fe a cientos de jóvenes, les repito de forma insistente: sean inconformistas y no se dejen domesticar por un sistema social dispuesto a devorar sus sueños. A pesar de sus halagos, nunca estén disponibles a su imperio.

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