Las oposiciones que coexisten en el Ecuador han sido ineficaces para derrotar políticamente al correísmo. Aquella ineficacia constituye la principal fortaleza del Gobierno, más allá de los aspectos favorables con los que este ha contado para consolidar su proyecto. Varios equívocos han alimentado y alimentan tal ineficacia. Pasemos revista a algunos de ellos. Hacerlo resulta importante dado que el país vive ya una coyuntura preelectoral en la que el desgaste del grupo en el poder y de su liderazgo y, sobre todo, el fracaso de su modelo económico y político no aseguran que en el 2017 vaya a producirse alternabilidad. Por el contrario, podría el país transitar a una situación como la venezolana de perpetuación del estatus quo en condiciones de deterioro y deslegitimación del Gobierno, en medio de una oposición radicalizada pero sin capacidad de llegar al poder.
Para que aquello no ocurra, debemos realizar una lectura adecuada de la coyuntura. Lo primero que debemos entender es que la estrategia política del oficialismo se basa en la polarización; en hacer de la coyuntura un escenario de lucha irreconciliable entre pasado y presente, derecha e izquierda, partidocracia y ciudadanos, golpistas y revolucionarios. La polarización desmoviliza y despolitiza a la gente y fortalece al poder.
Un segundo aspecto de la coyuntura es que ya no vivimos en democracia. En el país existen elecciones pero tenemos lo que en la literatura politológica se denomina un autoritarismo electoral o competitivo. Por ello, las oportunidades de acción política de quienes no están en el poder se encuentran restringidas por una pronunciada inequidad electoral, la parcialidad de las instituciones y normas que rigen las elecciones, el uso de la maquinaria estatal en favor del oficialismo y escasas posibilidades de visibilidad y exposición mediática de los actores no gubernamentales. En esas condiciones no democráticas ganar elecciones es casi imposible.
En consecuencia, en la presente coyuntura afrontaremos un proceso electoral en un contexto autoritario, el mismo que quedará sellado si se aprueba la reelección indefinida. Siendo así, la lucha política de los próximos años debería trascender la disputa (legítima en democracia pero inútil en regímenes autoritarios) entre proyectos ideológicos alternativos y centrarse en la lucha por rehacer la democracia y el Estado de Derecho. Junto a ello, se debe reconocer que será imposible salir del autoritarismo sin una amplia unidad de los sectores democráticos, sin aquel ancho cauce del que habló Jaime Roldós.
Esto implica imaginar que la salida del correísmo no vendrá por obra de un caudillo similar al que buscamos reemplazar, sino como obra de un gran ejercicio de consenso de múltiples actores, de un gran espectro social, político, económico, étnico cultural.
En el país debemos tener muy presente el recuerdo de la amplia coalición que encabezó Patricio Alwin en Chile, luego de la salida de Pinochet, o de lo que ocurrió en Perú con Paniagua, luego de la huida de Fujimori. Así debemos imaginar el poscorreísmo; en el espejo de países que pasaron del autoritarismo a la democracia.
@cmontufarm