Durante el siglo XIX, la presión de establecer garantías para la población y la creciente influencia de la prensa, llevaron a que todas las constituciones, desde la primera, establecieran normas sobre la libertad de expresión. Variaron de una constitución a otra, pero en todas se establecieron responsabilidades ante la ley y en algunas, límites morales y religiosos.
En ciertas constituciones, las normas fueron restrictivas y en otras más amplias. La de 1878, por ejemplo, establecía que los ecuatorianos tenían “El derecho de expresar libremente sus pensamientos, de palabra o por la prensa, sujetándose a la responsabilidad que imponen las leyes. Jamás podrá establecerse la censura o calificación previa de los escritos “.
Pero, en ningún caso, esa garantía significaba libertad religiosa, es decir del ejercicio de cultos distintos del católico. El Estado confesional debía proteger a la religión oficial y no podía permitir otros cultos. Pese a que teóricamente no podía existir, se mantuvo la “censura” eclesiástica, es decir la obligación que tenían los redactores de pedir permiso para sus publicaciones a los obispos, quienes establecían si su contenido no estaba en contra de los principios católicos y la gente podía leerlos. El Concordato celebrado con el Vaticano por García Moreno reconoció esa práctica. Como cada vez más el liberalismo y sus doctrinas de libre pensamiento cuestionaban los dogmas y el poder de la Iglesia, las censuras se multiplicaron. Los periódicos y sus redactores que respondían eran excomulgados y a veces privados de derechos políticos.
Por su impacto e influencia, los periódicos fueron objeto de abusos y conflictos. Como desde muy temprano aparecieron impresos ofensivos y agresivos, las autoridades emitieron primero normas y luego leyes que regulaban su publicación. Debían fijar domicilio, designar un responsable editorial, cuyo nombre debía constar junto con el del impresor y la imprenta. En la práctica, esos requisitos no detenían la violencia verbal o las denuncias. Por ello, desde el poder político se tomaba con frecuencia medidas como la agresión física, la expulsión del país o el confinio contra los redactores; destrucción de las instalaciones con “empastelamiento” de las imprentas o daño a sus locales.
De este modo, más allá de los excesos que se dieron, la lucha contra la censura eclesiástica y el control gubernamental, devino en la mayor batalla ideológica del siglo XIX, en la que se debatía sobre valores fundamentales como libertad, democracia y respeto a la persona. Por ello, así como muchos clérigos se sentían enviados de Dios para moralizar a la sociedad, los periodistas contestatarios se veían a sí mismos como mensajeros de la luz, de la cultura y de la dignidad humana. El enfrentamiento duraría más de un siglo en nuestra historia .