El Ecuador comenzó su vida republicana oficialmente en 1830 y hasta 1859 -feliz o desgraciadamente- no tuvo bancos. El primero fue el Banco Luzarraga, fundado por un aventurero español que llegó a Guayaquil en pos de “hacer América”. Manuel Antonio consiguió su objetivo y con sus ganancias en importación, exportación y banca fue el personaje más rico de la joven y pobre nación. Luego se escabulló de los biógrafos entre versiones de que había regresado a gozar y morir en su Bilbao nativa. El segundo -el Banco del Ecuador- se instaló también en el Puerto, con un Arosemena a la cabeza e igualmente respaldado por los negocios del gran cacao. Quito -la capital política- no funcionó en esa materia y sus dos primeros bancos -Banco de Quito (1868) y la Unión (1880)- fracasaron en el intento, talvez porque sus socios, agricultores en su mayoría, no pusieron los capitales necesarios para competir con los ‘ñaños monos’. En 1906, cuando nació el Banco Pichincha, Quito solo tenía una sucursal del Comercial y Agrícola de Guayaquil, un banco que nació en 1895 y tomó gran fuerza al comenzar el siglo XX.
Pancho Urbina Jado fue el superbanquero de esa etapa histórica, durante la jornada liberal postalfarista. Pero no solo su Comercial y Agrícola gozaba del privilegio de emitir moneda. Todos lo hacían, aunque los otros en menor proporción. La historia y la anécdota cuentan que Urbina Jado -hijo de un Presidente- no sólo imprimió billetes sino que fue el financista de los gobiernos de turno y algo más. Puso presidentes y fue el mandamás del país, hasta convertirse en el maldito de la época. Cuando estalló la Revolución Juliana fue él quien pagó los platos rotos, terminando preso, multado, fustigado y muerto por un infarto en el exilio.
En la etapa posjuliana hubo de todo en materia bancaria, con bancos buenos, malos y feos. La nota positiva la dio el Banco Pichincha, cuando dos gerentes -Alberto Acosta Soberón y su hijo, Jaime Acosta Velasco- funcionaron con fe, modestia y sobre todo con transparencia durante largos 70 años partir de 1928. Talvez ni ellos se imaginaron que semejante tarea ejemplar, bajo el lema: “Los banqueros solo deben ser banqueros”, impulsaría al banco para que con el paso de los años sea el mayor del país. La nota negativa se registró en 1999, cuando -por ambición y maniobras deshonestas de políticos y banqueros- se dio el feriado encabezado por Isaías, Aspiazu y Peñafiel, provocando la ira y la ruina de miles de clientes.
Hoy se vive otra jornada singular, con los bancos que sobrevivieron y prometieron enmienda. El Gobierno -que subió cuatro veces su presupuesto y gasto público- les acusa de exceso en las utilidades y en los sueldos gerenciales y les exige un aporte para subir el valor del bono humano. Todo un choque, cuya definición se espera con la aspiración de que no llegue a extremos y con la inquietud de que está por medio una etapa electoral.