La agenda

Si una sociedad no tiene otra agenda que la que marca la política; si todos los espacios están inundados por noticias electorales, crónicas y notas sobre los actos del poder; si los temas de conversación giran, inevitablemente, sobre personajes y hechos de esa índole; si la propaganda anula el pensamiento; en fin, si nada queda fuera del Estado, significa que la sociedad se empobreció, que abdicó de sus libertades, que se sometió a los designios que vienen de arriba, y que la creatividad, la independencia, la verdadera soberanía individual, perdieron vigencia.

Esto ocurre en buena parte de los países latinoamericanos. Y ocurre en el Ecuador, que, además, vive el contraste, notable y preocupante, entre la innegable inundación de dinero, de obra pública y privada, el crecimiento de la clase media –beneficiaria de la dolarización- y un paralelo y agresivo proceso hacia la mediocridad, la renuncia al pensamiento crítico y la afición a lo light. Esta es una sociedad muy informada, pero poco formada. Enorme cantidad de datos y propaganda, mucha televisión y poquísimo criterio para discernir. Mucho discurso, pero ningún espacio para pensar la democracia y someterla a la prueba de la verdad. Despliegue de paquetes turísticos, ingente cantidad de viajeros, pero pobres niveles de conocimiento histórico. Mucho baile y poca geografía.

Un ejemplo que ilustra el tema del ascenso de la mediocridad. Pasó casi sin pena ni gloria la conmemoración del bicentenario de la independencia. Salvo algunos esfuerzos por escribir o decir algo, lo demás fue propaganda y fuegos de artificio político. Y lo valioso que se escribió, no pasó de los escritorios de los iniciados, así, el excelente libro de Hernán Rodríguez Castelo sobre Mejía Lequerica, el notable diputado quiteño a las Cortes de Cádiz, en el lejano 1812.

Contrasta con semejante hecho la enorme producción intelectual de los países vecinos y la revisión de las historias nacionales que allí se ha iniciado con motivo del bicentenario, sin cargas políticas ni compromisos partidistas.

Por acá, las “fuerzas vivas” y casi todo el vecindario andan ocupadísimos en otras tareas más relevantes, en ganar plata y acomodarse al poder. El drama de fondo, además, es que no hay ni élites conductoras, ni intelectuales, o los hay tan pocos, y tan frustrados, por la abdicación que los colegas han hecho de la tarea de pensar, que se han vuelto invisibles. Estamos muy ocupados por la política coyuntural, en hacer toda suerte de adivinanzas y especulaciones sobre el año electoral, o acerca del próximo escándalo. Estamos obsesionados por lo que la propaganda dice que es el destino nacional. Estamos inmersos en un mar de mediocridad. En eso anda, por ahora, la patria.

Si no hay otra agenda que la que marca la política, significa que sociedad, democracia y libertades caminan hacia una larga agonía.

Suplementos digitales