El atacante esmeraldeño de Independiente se formó en la cantera del club. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
Alejandro Cabeza siempre espera a que empiece el entrenamiento en las gradas aledañas a la cancha principal.
Lo hace junto a los juveniles, promovidos por el DT Alexis Mendoza, de Independiente del Valle. El atacante esmeraldeño es de pocas palabras.
Se ríe cuando habla con sus amigos, pero cuando está cerca de los experimentados hace silencio. Prefiere escucharlos y aprender de ellos.
Esto lo aprendió cuando era niño, en Quinindé, y ahora le ha servido para ganarse la admiración de sus compañeros de equipo y del cuerpo técnico.
Pero la historia de Cabeza es más compleja. Salió de su casa cuando tenía 17 años. Llegó al complejo de Sangolquí motivado por su sueño de ser futbolista profesional. En su ciudad, esta aspiración casi se ve truncada por los fundamentalismos de sus padres.
“Mis padres son testigos de Jehová y a ellos no les gustaba que jugara fútbol. Decían que eso me iba a llevar por un mal camino y que iba a perder la humildad”, dice Cabeza.
Por eso, jugar fútbol se volvió toda una aventura. Para entrenarse en el equipo UDJ de Quinindé, tenía que salir por la ventana de su casa para que sus padres no se dieran cuenta. Él hacía de todo para encontrarse con sus amigos.
“Hubo un año que no me dejaron salir a ningún lado. No podía ir ni a la tienda a hacer compras. Me frustraba, porque veía que mi niñez no era igual que la de mis amigos”, asegura Cabeza.
Es que en su niñez no hubo fiestas infantiles, ni celebraciones de barrio o de fin de año. Sus progenitores le inculcaron que no festejara sus cumpleaños.
Ahora, que ya tiene 20 años, esa costumbre se mantiene en su casa. Todos los 11 de marzo recibe llamadas de sus amigos más cercanos para saludarlo, sale a tomar un café o a comer algo, pero no hace fiestas. En la mesa de su casa no hay pasteles con velas.
“En mi casa me enseñaron a no celebrar los cumpleaños y esa costumbre aún la practico. No me gustan ese tipo de cosas. Además ya estoy acostumbrado”, dice el delantero.
Cabeza tuvo que esperar hasta los 18 años para que sus padres aceptaran su profesión.
Cuando llegó a Independiente, creían que su hijo encontraría malas amistades, pero ahora ya lo ven con buenos ojos. Después de su debut en el primer equipo, a finales del año pasado, su vida empezó a cambiar. Ahora lo llaman para saber cómo está, qué come, si descansa bien…
“Yo amo el fútbol. Creo que eso me hizo tomar la decisión de venir. Llegué a Sangolquí, porque en mi pueblo hicieron un amistoso y ahí uno de los entrenadores me vio jugar. De ahí me llamaron y me quedé en el equipo”, dice el goleador.
Ahora, en el complejo hizo amistad con Gabriel Cortez, Maximiliano Barreiro y con Christian Núñez. Este último es su guía y consejero.
“Cabeza es un jugador que aún está en proceso de formación. Lo estamos manejando bien, sin apresurarlo”, dijo Mendoza, que confía en las capacidades de su joven atacante. Este año ha jugado 15 partidos y ya marcó un gol.