Gracias a Dios, soy una maestra jubilada “muy a tiempo”; pero, como tal, no puedo dejar de sentir preocupación por lo que, actualmente, está ocurriendo con los profesionales de la educación, a quienes casi se les ha duplicado sus horas de trabajo, mientras que su remuneración sigue congelada o, en el mejor de los casos, incrementada en forma irrisoria. ¿Cómo es posible que no se analice en que, la sacrificada labor de los docentes no se reduce solamente al desempeño en las aulas, sino que, en la mayoría de los casos, el trabajo profesional continúa en los hogares, dejando de lado su descanso y su familia? Esto solo lo puede saber quien se precie de haber sido un verdadero y auténtico maestro; pues solo él está consciente que tiene que preparar y planificar sus clases, elaborar o conseguir su material didáctico, corregir tareas, evaluar cuadernos, pruebas, exámenes, nivelar a ciertos estudiantes, etc., etc. Esto, siempre y cuando, no se trate de un profesor de ‘pacotilla’ (sin vocación), que no cumpla estos requerimientos y, por tanto, su trabajo se reduzca, única y exclusivamente, a laborar dentro del aula.
¿Por qué entonces no pensar, que estas abruptas disposiciones se contraponen al propósito de “mejorar la calidad de la educación” que, se supone, es el objetivo del actual Régimen?; pues un profesor extenuado y sin incentivos económicos que justifiquen esta absurda e inconsulta prolongación de sus horarios… ¡no rendirá jamás al ciento por ciento!