No es otra cosa que el exceso de ruido que alteran las condiciones normales del ambiente. Los especialistas de la materia saben que, comparativamente hablando, el ruido es tan nocivo como el anhídrido carbónico. Si bien el ruido no se acumula, puede ser causante de irreparables daños fisiológicos y psicológicos en los seres humanos.
Así como en el Ecuador, la Agencia Nacional Tránsito (ANT) fija los límites de velocidad para los automotores, la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que la medida de 70 dB(a) es el límite superior tolerable del ruido, aunque en otros países desarrollados el límite es mucho menor.
En nuestras ciudades, a vista y paciencia las autoridades, o por desconocimiento o ne- gligencia, no hacen nada.
Se comercializa toda clase de productos, e incluso se ofrecen varios servicios en vehículos dotados de equipos de amplificación. Almacenes que promocionan sus artículos a viva voz, automotores con escapes libres, en fin, rige la ley de la selva.
Sugiero que los gobiernos municipales, concretamente el de Rumiñahui, emitan una ordenanza y si la tienen, que la hagan cumplir. Por ejemplo, con el gas licuado que es un producto de primerísima necesidad, las comercializadoras deberían dotar de una pequeña bandera, que el usuario la exhibiría en la ventana o cualquier parte de la fachada de su casa, en caso de necesitar el combustible.
El control de la contaminación acústica es un aspecto básico del tan mencionado buen vivir.