La resurrección es para los cristianos una ocasión para el recogimiento. Para los no cristianos, la Semana Santa es una oportunidad para hacer turismo. ¿Está cambiando la sociedad? ¿O es que las creencias han entrado en crisis?
La cristiandad recuerda en estos días un hecho significativo: la muerte y resurrección de Cristo, quien hace dos mil años ofrendó su vida por la salvación de la humanidad. Sin resurrección no habría cristianismo, se dice. Pero ¿qué está pasando hoy?
En la sociedad actual, saturada como está por la secularización y el materialismo, para un sector de cristianos la Semana Santa se ha convertido en una semana de turismo, en la cual prevalecen la diversión y todas las formas de disfrute. Ante esta opción no cabe realizar un juicio de valor, porque la sociedad y las convicciones de las personas están cambiando, por influencia de la modernidad, el urbanismo y las nuevas tecnologías.
LO SAGRADO Y LO PROFANO
En efecto, la cultura en la cual se inscribían las expresiones religiosas tradicionales se halla en procesos de transformación, por las modificaciones que se perciben en la mentalidad y las costumbres de las gentes, especialmente de los jóvenes; sin embargo, se mantienen raíces profundamente arraigadas, que se manifiestan en procesiones multitudinarias, penitencias y fiestas que combinan lo sagrado con lo profano, y producto de esta mistificación o hibridación se abren nuevos cauces para las creencias, la reflexión y el recogimiento.
La dirección de estos procesos es la denominada secularización del mundo, por la irrupción no solo de nuevos estilos de vida más ‘ligth’ sino por el advenimiento de un nuevo tipo de humanidad –la consumista- que Marcuse ya anunció hace algunas décadas en ‘El hombre unidimensional’. En otros términos, al ‘homo habilis’ le siguió el ‘homo sapiens’; a este ‘el homo economicus’, y finalmente el llamado ‘homo videns’, que es el nuevo paradigma que nos rige.
No sin razón, desde el punto de vista sociológico, el supermercado es ahora el nuevo templo de la modernidad, donde todo se compra y se vende; donde la felicidad se visibiliza a través de objetos o aparatos electrodomésticos, que se ofrecen en módicas cuotas, para todo bolsillo y con altos intereses ‘que no se sienten’.
EL MUNDO DEL MERCADO
Lo curioso es que, en el tema que nos ocupa, los actos litúrgicos se inscriben ahora dentro de los paquetes turísticos, con lo cual la sincronía entre la fe y el placer se integran de manera perfecta, para tranquilidad de las conciencias y de los bolsillos. Así, la magia del mercado ha hecho posible sacralizar la oferta y demanda, y a su vez crear valor agregado a una celebración religiosa que antes pedía penitencia, reconciliación y perdón a raudales.
Para unas personas –especialmente, las de mayor edad- el mundo se ha puesto de cabeza. No es posible fundir lo religioso que es espiritual, con lo profano o ateo. La generación joven no piensa así, porque es más laxa, superficial y práctica. La religión y la ética son individuales; por lo tanto, cada quien responde por sus actos y su conciencia.
¿EMANCIPACIÓN?
Es interesante advertir el surgimiento de una nueva mentalidad más sana y abierta, inspirada en una ética civil, menos dogmática y más tolerante. Pero, al parecer, no hay corrientes visibles –o si las hay no se consolidan- que reemplacen lo anterior, supuestamente dogmático y opresivo, con algo más humano y proactivo. Porque en muchas ocasiones la juventud sabe lo que no quiere y no sabe lo quiere. Y el anarquismo y los ideales emancipatorios, como la disolución de la modernidad; la nueva era y las posturas nihilistas no llegan siquiera a una postura racional, y se sumergen en la protesta sin causa, donde lo fácil, lo barato y lo placentero prevalecen.
El tema de las creencias está pues, en el tapete. Como ven la Semana Mayor o semana de turismo ha sido un buen pretexto para repensar la descolonización de nuestra mente.