Todos apostaron a perder por la falta de diálogo previo y de espacios para ejercer derechos y obligaciones. En las siguientes líneas presento una propuesta de sistema de competencias ciudadanas, para canalizar las divergencias en un clima de no violencia activa. Y que la denominada ‘criminalización’ de la protesta estudiantil termine, con reglas de juego claras.
Las manifestaciones sociales -y entre ellas, las estudiantiles- existirán siempre. Son, hasta cierto punto, válvulas de escape necesarias en democracias inconclusas como la nuestra, porque representan formas de ‘desfogue’ de energías que se incuban en el descontento y en las capacidades de organización -ahora articuladas por las redes sociales-, que claman muchas veces a gritos -y con pedradas- más participación.
Los hechos producidos en las movilizaciones realizadas en las inmediaciones de los colegios Mejía y Montúfar, de Quito, y las consiguientes represiones policiales, dieron como resultado heridos y contusos, de parte y parte, la aprehensión de estudiantes, la pérdida de clases, la intervención de abogados, los pedidos de clemencia y perdón ejercidos por padres desesperados, procesos, dictámenes y -en el horizonte- nuevas sanciones en el ámbito académico.
Todo esto no solo es lamentable, sino la repetición absurda, corregida y aumentada, de una historia de desaciertos del poder y del sistema educativo, que no han sabido descifrar una pedagogía para entender a los estudiantes y aplicar estrategias innovadoras y originales, que no vayan a esterilizar las demandas sino a canalizarlas por la vía de la racionalidad. Las competencias ciudadanas son parte de esas alternativas.
Inseguridad y violencia
La inseguridad y la violencia son dos expresiones de la sociedad de hoy. Se las perciben en las ciudades y pueblos, y lo que es más preocupante en las propias familias y en los ambientes escolares. La violencia intrafamiliar es un claro ejemplo –o mejor, un mal ejemplo- de lo que sucede en la célula social, que se transmite a otros ambientes como la escuela, la comunidad, las plazas y calles donde se ejerce todo tipo de maltrato.
Las causas de este fenómeno -que para los especialistas configura una verdadera patología social- son complejas, entre las que se cuentan: las diferencias socio-económicas, la diversidad étnica, la emigración, la urbanización, el desempleo, la influencia de los medios audiovisuales y los cambios generacionales, entre otros.
La mitigación de estos problemas no son fáciles, pero sí cuando concurren políticas públicas de seguridad humana y proyectos sociales, articulados a las ciudades, con emprendimientos multidisciplinares. Está claro que las soluciones no dependen exclusivamente de las reformas educativas; tampoco de las familias, porque la responsabilidad es de todos.
Líneas de coordinación
De lo dicho se infiere que las acusaciones de responsabilidades recíprocas –de la familia y la escuela- no conducen a nada. Es tiempo de establecer una línea base seria y congruente de coordinación para lograr correctivos y acciones preventivas, que superen los enfoques exclusivamente patrióticos y retóricos –incluso- que lleven a acciones estratégicas, con bases contextuales y científicas. Recuérdese que el papel de la escuela no es exclusivamente académico, sino ofrecer una formación integral de los estudiantes como ciudadanos. Por su parte, la familia -junto con la escuela- puede convertirse en un espacio seguro para un desarrollo humano compatible con el ejercicio de los derechos fundamentales. Derechos con responsabilidades correlativas, desde luego.
Evitar el círculo vicioso de la violencia
Investigaciones concluyen que los niños que recibieron maltrato tienen más probabilidades de ejercer maltrato con sus hijos, y también en el ambiente cercano: el barrio, la comunidad, la escuela. ¿Por qué aumenta el riesgo de reproducir el maltrato en esas condiciones?
Se han identificado procesos cognitivos y emocionales que se ven afectados en ambientes signados por la violencia. Focalizar estos procesos es fundamental para diseñar acciones en programas educativo-preventivos. Identificar variables mediadoras. Frente a actitudes de desconfianza, que tienden a desarrollar modelos mentales hostiles –imaginarios o no- es urgente diseñar nuevas estrategias enfocadas en la resolución de conflictos, mediante actitudes asertivas (no agresivas) o mediadoras, que enseñen a los sujetos a interpretar con propiedad las intenciones de los demás, y a desarrollar competencias ante los problemas.
La asertividad es la alternativa. Se conoce como asertividad la capacidad de comunicación para defender los derechos propios sin atentar contra los derechos ajenos. Ser positivos es mirar lo bueno de las personas. Pero no se trata de poner la otra mejilla, sino de generar ambientes positivos, de respeto y tolerancia, donde cada persona sea reconocida como ser humano único e irrepetible.
Cuatro competencias ciudadanas
La educación tradicional tiene fortalezas y también debilidades. En el campo que nos ocupa el origen de los conflictos no se soluciona exclusivamente con manuales de convivencia o con códigos de ética, peor con aplicación de sanciones ‘ejemplares’ por parte de inspectores.
Es necesario el diseño y desarrollo de nuevas estrategias, con el concurso de varias disciplinas y profesionales que busquen procesos integrales. Insistir en ‘clases’ de valores, o en modelos de conocimientos memorísticos –mezcla de símbolos cívicos y patrióticos- no conducen a cambiar o a sugerir alternativas idóneas para superar las diferentes formas de violencia. La formación de ciudadanía, en la versión tradicional, no aporta mucho.
Ante esta situación, un grupo de científicos dirigido por Enrique Chaux, en ‘Educación, convivencia y agresión escolar’, Taurus, 2012, propone competencias ciudadanas definidas como ‘las capacidades cognitivas, emocionales y comunicativas que, integradas entre sí y relacionadas con conocimientos y actitudes, hacen posible que el ciudadano actúe de manera constructiva en la sociedad’. Él identifica cuatro competencias ciudadanas básicas: 1) Competencias emocionales, 2) competencias cognitivas, 3) competencias comunicativas y 4) competencias integradoras. En el ámbito colombiano, el ministerio de Educación plantea tres competencias: convivencia y paz, participación y responsabilidad democrática, y pluralidad, identidad y valoración de las diferencias.
¿Qué plantea el ministerio de Educación del Ecuador?