Las personas piensan, sienten y actúan de manera diferente. No son clones de otras, sin embargo, pasan el tiempo pensando, sintiendo y actuando como si fueran prolongaciones de sus padres o de alguien a quien admiraron. La frase ‘Me gustaría tener el coraje’ es sana porque expresa un propósito de mejora. ¿Por qué no intentarlo?
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En el trato con las personas se percibe, en forma práctica, el optimismo o el pesimismo; la alegría de vivir o la tristeza, a veces enmascarada; la búsqueda de la felicidad genuina o el desencanto. Nadie se escapa de estas dos variables que, como el haz y el envés de una hoja, o el sello o cruz de una moneda, se repiten en forma insistente.
• Yo pobrecito…
Es que los seres humanos somos una dialéctica andante: eros y tánatos; ying y yang, optimismo y pesimismo. En esa perspectiva, el tema viene como ‘anillo al dedo’. En efecto, en muchas ocasiones, en las tertulias espontáneas de la gente, se escucha frases como ‘Me hubiera gustado que mi marido sea fiel’, ‘Si no me hubiera enfermado estaría mejor’, ‘¿Que como estoy? Aquí, sobreviviendo’, ‘Si fulano se hubiera interesado en mí, hubiera sido diferente’, ‘La felicidad la dejé escapar…’
El complejo del ‘yo pobrecita’ o ‘yo pobrecito’ ronda por nuestros instantes, y a cada momento ciframos en la queja una especie de culpa que nos arruina la vida. Esta actitud tiene explicaciones, de acuerdo con los especialistas: la tendencia a no reconocer el fracaso hunde a las personas; las comparaciones con otras personas exitosas revierte la energía negativa para sí, dejando huellas a veces irreparables; y lo que es peor: la rutina del negativismo contagia y pervive de manera insistente.
• No arrepentirnos de nada
Ante estas actitudes no hay recetas posibles. Cada persona percibe la realidad –su realidad- de manera diferente. Lo más importante es saber que estamos vivos y que podemos cambiar si nos proponemos. En tanto no debemos arrepentirnos de nada. La queja debe dar paso al sano equilibrio entre nuestras expectativas y las realidades.
Las situaciones graves –más graves- que han atravesado algunas personas y que, sin embargo, han salido adelante, son el bálsamo que puede ayudarnos para ubicarnos mejor y reaccionar con coraje. En esa línea de pensamiento, podríamos dar la vuelta a los sentimientos negativos y transformarlos, así:
– Me gustaría tener el coraje para vivir mi vida
Cierto. Es tiempo de tomar el control de nuestras vidas, y no que desde fuera nos controlen y nos impidan cumplir nuestros sueños. La queja es negativa y no conduce a nada; mejor dicho: conduce al sufrimiento y al vacío existencial. Siempre hay tiempo para retomar el proyecto vital.
– Me gustaría tener el coraje de expresar mis sentimientos
La comunicación asertiva es la clave. No es fácil expresar los estados del corazón, pero hay que intentarlo. En muchas ocasiones la gente vive en un estado de ‘opacidad’ digna de mejor suerte, porque ha pasado el tiempo en inútil espera. La espera terminó.
– Me gustaría dar más tiempo a mis hijos.
Esta es una situación común cuando padre y madre trabajan. Pero la solución queda en el discurso: ‘Yo doy calidad de tiempo, antes que cantidad’. Y la calidad de tiempo es un mito. Esa calidad se mira en los resultados, que no son siempre positivos. ¿Por qué, entonces, trabajo tanto?
– Me gustaría compartir más con las amistades
Los amigos no vienen espontáneamente. Es un proceso de doble vía: hay que cultivarlos, expresar afinidades y compartir equitativamente pasatiempos, reuniones y atenciones. Las amistades se eligen, a diferencia de los familiares con los que uno cuenta. Los buenos amigos son tesoros que deben cultivarse.
– Me gustaría ser feliz
Es la frase de la semana. Pero dejemos a un lado el condicional ‘gustaría’ para hacerlo presente: ‘Yo soy feliz porque hago feliz a los demás’. No hay mejor felicidad que la que se comparte con quienes se ama. La verdadera felicidad no se cuenta con dinero, sino con ese ambiente de paz, alegría y actitud positiva ante la vida.