En septiembre del 2000, las FARC parecían muy ocupadas en recibir a delegados internacionales en su zona de distensión de El Caguán. Pero sus enemigos, los paramilitares, a punta de motosierra, las despojaban de sus tierras en el sur de Colombia, en Nariño y Putumayo.
Por ese despliegue violento se desataron combates sangrientos entre los dos bandos y hasta hubo crímenes de lesa humanidad. No estaba en disputa la ideología, sino el territorio, el cobro de impuestos a los narcotraficantes, lo que sería el inicio de microcarteles.
Según la ONU, en el 2009 más del 30% de los cultivos ilícitos de Colombia crecía en Nariño y Putumayo. Los narcos aún operan allí, pero el Plan Colombia los forzó a buscar zonas menos controladas para llevar la droga a EE.UU.
En esa dinámica, ellos y sus fuerzas de seguridad cruzaron la frontera, no para cultivar coca, sino para proteger rutas hacia el Pacífico y procesar cocaína. Por qué no hacerlo, si Ecuador es un país que vive en impunidad. En el 90% de casos de asesinatos no hay sentencia, admite la Fiscalía.
La violencia en Colombia creció en territorios que ese Estado había abandonado. En Ecuador hay zonas rurales de Santo Domingo, Esmeraldas, Manabí, El Oro, Los Ríos… donde la presencia del Estado es incipiente. No es extraño que allí los narcos se hayan instalado con sangre, en la disputa de ríos para salir al mar.
Urge que allí el Estado intervenga, no solo con uniformados y controles fluviales (permanentes), sino con planes de desarrollo, dentro de una estrategia de seguridad (educación, salud, nutrición, servicios, producción, Justicia…).
Ojalá que esos políticos, que ven al narcotráfico como un mero asunto de gringos adictos, despertaran. Señores, en Ecuador los narcos ya han sembrado una cultura. ¿Cuál? La del prestadiario, la trata de personas, el consumo de drogas, el sicariato, el silencio…
Preservar el aletargamiento, verlo de lejos, es indigno con el país. Está bien demandar que Colombia cuide sus fronteras, pero cabe aplicar la misma exigencia casa adentro: que el Estado tome posesión real de su territorio, incluso en los corredores de droga que inician en Perú, y garantice un país no solo libre de cultivos ilícitos, como ahora (se aplaude), sino también libre de narcos y de violencia.