Refugiados abordan un bus que se dirige a Austria desde la localidad de Dobova, Eslovenia.
En el pequeño río fronterizo de Sutla se escenifica estos días todo el fracaso de Europa. Desde que Hungría cerrase su frontera con Croacia hace una semana, la pequeña Eslovenia se ha convertido en país de tránsito para decenas de miles de refugiados.
“Aquí tenemos un caos total”, asegura Simona Potocar, de la organización humanitaria eclesiástica Adra Slovenija. “Las personas llegan agotadas y hambrientas”, agrega. Tan sólo en el pueblo de Dobova, de 700 habitantes y próximo a Bre¸ice, llegaron hoy más de 5 000 refugiados, que han sido dirigidos a un campamento cercado con una verja.
“¿Por qué nos retienen aquí como en una prisión?”, se pregunta el marroquí de 17 años Ali Bemhamo, que se encuentra en el campamento junto a la iglesia del pueblo. “Eso no es justo. ¡Somos personas, no animales!”, se lamenta.
El joven ha decidido emprender junto a su hermano el largo camino por Turquía y la ruta de los Balcanes por temor a una peligrosa travesía por el Mediterráneo. Hace cinco años murieron sus padres. Ahora el joven quiere labrarse un futuro en Alemania, donde quiere estudiar y trabajar. Una estudiante de 20 años de Damasco rompe a llorar cuando se dirige a un tren en la estación de Dobova. “¿Cómo se puede tratar así a las personas?”, inquiere.
Un polícía pone fin a la queja señalando: “No moleste nuestros preparativos para el transporte”. Las fuerzas del orden están tensas. En Bre¸ice unos refugiados protestaron por estas condiciones incendiando varias tiendas de campaña. El segundo campamento en Dobova, donde se han bloqueado las carreteras hacia Rigonce, está cercado por soldados y policías. Un soldado dijo que durante la mañana se habían producido protestas. En el campamento junto a la iglesia se podían ver densas columnas de humo.
Los refugiados hicieron hogueras para protegerse de las bajas temperaturas. Los hombres y las mujeres que viajaban solos han tenido que pernoctar a la intemperie, dijo la ayudante Potocar. En la nave disponible sólo se pudo dar cobijo a las familias. “Esto es una locura”, se lamenta Said Zarkiri, un iraní de 26 años. “La policía está muy enojada”, agrega y cuenta además que, a pesar de las bajas temperaturas al raso, no han recibido ni mantas ni chaquetas. Además, escasean los alimentos y el agua.
Tras varios días de marcha en Croacia su primo se ha herido la pierna y nadie le ha atendido. “La situación humanitaria es muy difícil. Pero hacemos todo lo que podemos”, señala Simona Potocar, que a diario trabaja 16 horas.
Fahid, un palestino que huyó de Siria, dijo que es el primer campamento en el que la situación es realmente crítica. Él ya ha conseguido llegar a ¦entilj, en la frontera eslovena con Austria. Allí todo discurre de forma muy ordenada, todo el mundo tiene un catre para dormir y a la hora de las comidas no hay aglomeraciones. Una soldado eslovena en la frontera con la localidad austriaca de Spielfeld sonríe relajada y comenta:
“Si por nosotros fuera, todos podrían seguir, pero para ello Austria tiene que volver a abrir las fronteras“. Según lo acordado en la reunión de jefes de Estado europeos, en su mayoría de los países del este, de este domingo en Bruselas, se pretende evitar otro “efecto llamada”. Además, Europa abogó por reforzar los controles fronterizos.
“No animaremos a refugiados o inmigrantes a ir a la frontera de otro país de la región”, se dijo. Pero un sirio de 40 años protesta en Dobova: “Yo soy un hombre libre ¿Por qué me tiene que retener tras unas rejas?. Y enseguida oye, para a su alivio: “Usted y su hijo pueden salir”, le dice un cooperante de la Cruz Roja, que los saca del campamento.