En la Calle de las Siete Cruces hay un portal del tiempo. Al atravesar un corto zaguán de piedra quienes visitan la casa N2-60 se transportan a las primeras décadas del siglo XX. Adentro, la luz natural se deja caer sobre una pileta de piedra que decora el patio central.
La fuente es obra del escultor imbabureño Luis Mideros. Hacia los cuatro lados del patio se observa una hilera de habitaciones distribuidas en dos pisos.
Antes de convertirse en museo, la vieja casona de corte neoclásico fue el hogar de María Augusta Urrutia y su esposo Alfredo Escudero. Ambos pertenecían a dos de las familias mejor acomodadas de la capital.
Mientras Escudero se dedicaba a administrar sus negocios y haciendas, Urrutia se hacía cargo de la casa, la cual tiene un ambiente más bien europeo por la cantidad de muebles, utensilios y decorados traídos principalmente de Francia, Bélgica, Viena y China.
En 1931, Escudero muere de tifus a los 35 años. Viuda y sin hijos, la quiteña decide honrar la memoria de su esposo a través de obras sociales y de caridad.
El día en la casa se iniciaba a las 05:00. Verónica Mora, directora de la Casa Museo, detalla que lo primero que hacía en la mañana doña María Augusta era caminar hasta la iglesia de La Compañía de Jesús para escuchar misa. Su fe estaba volcada en Santa Mariana de Jesús y San Ignacio de Loyola.
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Una imagen del fundador de la Compañía de Jesús y los siete arcángeles que se conservan en el dormitorio principal reflejan el carisma religioso de Urrutia. Ahí también se guardan los retratos de la pareja con una dedicatoria. El intercambio de fotografías con una promesa de amor en el día del compromiso nupcial era una de las costumbres de la época.
“Mientras ella desayunaba en su habitación, unos 25 empleados recorrían los pasillos y habitaciones de la casa, dirigidos también por doña Olguita, la dama de compañía, y don Luchito, el mayordomo”, cuenta Mora .
En una enorme cocina a leña de origen alemán se preparaba la comida para unos 50 niños de escasos recursos que almorzaban en la casa de Urrutia. Así nació el comedor infantil La Dolorosa. Entre las piedras de moler, las pailas de bronce y los molinos de café se encuentran artefactos más modernos como una refrigeradora y una máquina para preparar helados.
También se repartían alimentos en el Hogar Javier, la Casa de Ejercicios Espirituales de Machachi y en el convento del Carmen Alto.
Urrutia almorzaba en el comedor principal. En ocasiones especiales, bajo un vitral europeo y una brillante lámpara de bronce, sobre la mesa lucía la cristalería de bacarat. Cuando el trajín del mediodía terminaba, Urrutia se dedicaba al bordado o leía con entusiasmo las historias de los santos católicos a los niños que aún rondaban la casa.
Bajo los principios del buen comer, bien educar y dónde vivir, la filantropía de Urrutia se concretó en proyectos de vivienda, becas educativas, comedores para niños y ancianos, donación de terrenos para el Municipio para la construcción de centros educativos, de servicios y espacios verdes como el parque de La Carolina.
Urrutia vistió de duelo durante toda su vida. Sus restos descansan junto a los de su esposo, en una cripta que se encuentra en la iglesia de La Compañía.
Sobre el museo
La casa terminó de ser restaurada en 1997, con fondos privados. Recibe un promedio de
25 000 visitas cada año.
La Casa Museo María Augusta Urrutia se encuentra en la calle García Moreno N2-60, entre Sucre y Bolívar.
Atiende de martes a viernes, de 10:00 a 18:00. Sábados, domingos y feriados, de 09:30 a 17:30.
Para información y reservaciones se puede llamar a los teléfonos 258 0103 y 258 4174. También puede escribir al correo casamuseourrutia@yahoo.com
Entre el 25 y 26 de mayo se realizará un festival de teatro con la obra ‘El santo que da marido’. Además, se hacen recorridos teatralizados, visitas nocturnas y muestras temáticas.