Con un pincel, agua y pan de oro, Jorge Guama, de 75 años, restaura los retablos barrocos de las iglesias. También reviste de amarillo superficies de madera, mármol, yeso, piedra, vidrio, metal, etc.
Él es un artesano dorador que trabaja con pan de oro, desde que tenía 14 años. El oficio lo aprendió de su tío Jorge. Cuando tenía esa edad se dedicaba a la agricultura, como no le gustaba le puso empeño al arte.
Su técnica, que la fue puliendo a lo largo de los años, la transmitió a sus cinco hijos. Dos de ellos, César y Edwin Guama se especializaron en restauración. Hoy tienen sus propios talleres. César recuerda que en la época de vacaciones escolares iba al taller de su padre para ayudarle. Al principio lo tomó como un pasatiempo.
Cuando debía ir a la universidad quiso estudiar medicina, le atraía curar a las personas. No lo pudo hacer por falta de dinero. Entonces, optó por convertir al pasatiempo de las vacaciones escolares en una profesión. Cree que no se alejó del deseo de curar. “Yo curo objetos, doy vida a obras de arte. Esa es mi pasión”.
La familia se especializa en el trabajo con pan de oro. Ellos doran objetos religiosos, retablos, sagrarios y oratorios. Una de sus obras más reconocidas es la que hizo en la iglesia de La Compañía de Jesús, luego del incendio que ocurrió en 1996.
Padre e hijo doraron casi íntegramente el retablo de San Francisco Javier, ubicado en el costado derecho del altar mayor. También intervinieron en los arcos y las dos naves transversales de la iglesia.
Según Juan Carlos Pino, de la Unidad de Conservación de La Compañía, el mérito de la familia Guama es que trabajó sobre la madera quemada. “Fue un reto grande, hubo que formar a 15 personas en cada área técnica”, recuerda César Guama. Ellos trabajaron durante 14 meses en la restauración de la iglesia.
A pesar de que este trabajo les dejó muchas satisfacciones, también les trajo penas. Allí falleció Jorge Benalcázar, compañero de trabajo de Jorge Guama, por 30 años. Se cayó del andamio.
Las obras de la familia se han enviado a Chile y Venezuela. Dentro del país, Jorge Guama recuerda que doró los retablos y arcos laterales de las iglesias de Azogues, Tulcán, Guayaquil, Machachi y de La Basílica del Voto Nacional. En su lista también constan oratorios y capillas de 36 casas de Quito y Guayaquil.
Actualmente, Jorge Guama, de cabello cano, les ayuda a sus hijos en sus trabajos. Él tiene una técnica muy personal. Con su mano izquierda sostiene la almohadilla gamuzada sobre la cual coloca la fina lámina de oro. Con la derecha agarra la pelonesa, una especie de cepillo con cerdas muy suaves, la hace correr por su rostro y luego la empapa de pan de oro. “El secreto está en la grasa de la piel”. El miércoles pasado, Jorge y César doraban el marco de un espejo en el taller, ubicado en la av. De Los Conquistadores y Pasaje B, en el sector de La Floresta.
Allí llama la atención no solo la técnica, sino la limpieza extrema en la mesa. Los materiales también están liberados de polvo, al igual que la ropa que lucen.
Rocío Ordóñez, esposa de César y también restauradora, explica que la lámina del oro es muy sensible al polvo. “Basta un pequeño gránulo para que se ralle la lámina y se dañe el trabajo”.
En el taller el dorado del pan de oro brilla en todos los espacios. Está en los marcos de las pinturas que cuelgan de las paredes y en la silueta de algunas esculturas. También recubre por completo un altar pequeño para santos.
Mientras trabajan, Jorge y César conversan, pero no separan las miradas del pincel. Son cuidadosos y detallistas, creen que el mínimo error puede trastocar el diseño original de las obras.
Los materiales
El pan de oro se adquiere en el mercado por láminas. Son de tres tamaños: 8×8 cm, 9×9 y 10×10. También hay de distintos quilates, desde 12 hasta 24.
La familia Guama trae el material desde Italia. El tiempo mínimo promedio de un trabajo en pan de oro es de dos meses.
El taller de César Guama se llama El Conservador y está ubicado en La Floresta. La familia también trabaja en la restauración de esculturas y sagrarios, principalmente.