En los comicios de este día se redefine la composición del tablero político nacional, pero circunscrito a los 23 prefectos, 221 alcaldes y miles de concejales y miembros de las juntas parroquiales.
La campaña, que empezó con la particularidad de una propaganda oficial sin control de la autoridad electoral, terminó con ese mismo tono, rompiendo el mandato del silencio electoral.
La campaña por sí sola se llevaba con cierta normalidad hasta que corrientes de opinión inesperadas alborotaron el cotarro y pusieron a los actores políticos a trabajar a una velocidad inusual, especialmente en la plaza de Quito, donde es tradición que el debate político sea picante.
Pero en estas elecciones se juega la transparencia de la voluntad popular y eso debiera garantizar la autoridad electoral, que ha lucido desbordada por las acciones del poder político. Los observadores internacionales deben mirar más allá de la foto del día -los ciudadanos metiendo su papeleta en las urnas- y analizar el contexto que rodea al episodio.
Por lo demás, no está en riesgo, para nada, ni la estabilidad democrática ni el pluralismo propio que los partidos y movimientos han expresado como muestrario de la diversidad nacional.
Con resultados favorables o adversos a las corrientes hegemónicas, si unos partidos ganan y otros pierden en cada parcela, el país debe seguir adelante y aprender a convivir con diferencias de opinión y en paz. Esa es la esencia de la democracia.